Adios, Industria Editorial


—Todas las editoriales mienten —me dijo Horacio Altuna, uno de los bestsellers mundiales del comic—; las más honestas te roban el veinte por ciento, y de ahí para arriba. Te atan a cinco años de permanencia, te quitan los derechos de tu obra, nunca te ofrecen sistemas de verificación de ventas. Lo tienen todo controlado para engañarte.


Lo visité en su casa de Sitges cuando preparábamos el primer número de Orsai. Fui, con timidez, a pedirle consejo sobre ilustradores y, si había suerte, convencerlo para que quisiera colaborar en el número dos. Horacio es, además de talentoso, muy exclusivo. Dibuja en Playboy, edita en Estados Unidos, en Francia; no trabaja en cualquier lado. Pero entonces ocurrió algo que no estaba en los planes. Ese mismo día había aparecido una reseña en el diario Público sobre nuestra futura revista y Horacio había sentido curiosidad por mi renuncia pública a Random House Mondadori y los periódicos donde trabajaba. Estaba muy interesado en el sistema “nadie en el medio”, porque en la estructura tradicional del negocio se sentía asfixiado.

Me contó sus desavenencias con la industria: contratos esclavos, porcentajes ridículos, escandalosas mentiras a la hora de explicar el número de ventas. Es decir: lo mismo que nos pasa a todos los que alguna vez publicamos, pero multiplicado por mil, porque es Altuna. Me confió anécdotas muy desagradables sobre las mafias de la distribución, sobre los engaños sistemáticos y los chantajes a los autores, y me explicó también las diferentes técnicas de fraude que utiliza Francia, España, Estados Unidos, Latinoamérica.

—Te rompen el culo como quieren —me dijo, resignado—. Hace treinta años que intento salir del bucle de esa estafa, pero no hay manera.

Le conté que quizá sí hubiera manera.

—Ahora los lectores estamos comunicados —le dije—. Las editoriales te dan el diez por ciento porque tienen que gastar en la publicidad de tu libro, y pagarle el cuarenta por ciento a los shoppings y a los centros comerciales. ¿Pero es necesaria, hoy, la publicidad tradicional? ¿Es necesario vender libros en los supermercados, si podés comunicarte con tus lectores en las redes sociales y ofrecer tu obra por venta directa o en librerías especializadas?

Le conté sobre el proyecto de la revista. Le dije que hay muchos, muchísimos intermediarios entre el autor y el lector.

—Y todos se llevan una tajada mucho más grande que el que escribe la novela o el que dibuja el comic —le dije—. La intermediación es un recurso del siglo veinte que sirve para defenderte del fraude. Un representante literario, por ejemplo, se lleva el quince por ciento de tus derechos. ¿Por qué se lo lleva? Para defenderte de los engaños de las editoriales. Qué increíble: los representantes necesitan que las editoriales sean deshonestas para que su trabajo resulte necesario. ¿Sabés cómo se llama eso? Sociedad.

Conversamos mucho sobre el tema; era noviembre de 2010. Después almorzamos e hicimos sobremesa. Sobre los postres, Horacio se hartó del siglo veinte. Renunció de palabra a todas sus editoriales en el mundo y decidió publicar su obra futura con nosotros.

Cuando volví a casa esa noche, con Chiri nos pusimos a fantasear. ¿Se podría realmente fundar una editorial inocente, en donde nadie le quiera robar a nadie? ¿En donde la imprenta, los correctores y los diseñadores cobren lo que se merecen, y que el autor se lleve lo que de verdad vale su trabajo? ¿Y que, además, no caiga en las injusticias de la mala distribución global?

Esa misma noche redactamos, en una libretita, estos “Diez pactos para fundar una editorial imposible”:

  1. Publicaremos únicamente autores que admiremos muchísimo Chiri y yo, y jamás a los que únicamente son mediáticos.
  2. La firma del contrato con el autor prescindirá de escribanos, abogados, buitres carroñeros y representantes de cualquier calaña (el supervisor será Comequechu, el pizzero de al lado).
  3. La obra tendrá precios razonables en todos los países de habla hispana, sobre todo en aquellos llamados ‘emergentes’.
  4. El autor percibirá no el nueve ni el diez, sino el cincuenta por ciento del precio de venta al público.
  5. El otro cincuenta por ciento se utilizará para pagar imprenta, logística de envíos y sueldos de diseño, edición y corrección.
  6. Los contratos no serán esclavos; después de doce meses, el autor podrá irse a donde quiera sin dar explicaciones ni sentirse atado.
  7. Brindaremos al autor herramientas tecnológicas para que pueda revisar las ventas de su obra de manera directa, y cobrar sus royalties semana a semana.
  8. Los derechos de la obra pertenecen al autor hasta la eternidad; y si el autor se muere de golpe, o se suicida, o desaparece en un pozo, los derechos pasan a su familia.
  9. Cualquier malentendido se resolverá en sobremesa entre el autor y nosotros, y si eso falla, la culpa será siempre nuestra.
  10. Si el sistema funciona, la industria editorial deberá explicar por qué sigue pensando que los autores somos imbéciles y los lectores somos piratas.

Redactamos estos pactos con Chiri hace un par de meses, y le pusimos cláusulas que a mí me hubiera gustado firmar como autor, no como editor.

Hace unos días, por fin, el juego de los Diez pactos se convirtió en un contrato real, y en un libro verdadero y precioso que hoy ponemos en pre-venta para todo el mundo. 






El “Cuaderno Secreto” contiene bocetos inéditos que recorren toda la obra de Horacio Altuna, con señoritas desnudas en todas las posturas posibles. La edición es de lujo: tapa dura, 28x19cm (como la revista, pero apaisado), papel estucado mate de 160 gramos, 80 páginas a todo color.

En síntesis: el típico “libro objeto” que ponés arriba de la mesita ratona y parece que sos culto. Cuando viene a visitarte tu madre, o tu suegra, dicen “ay, a este chico le interesa el arte”. No se dan cuenta de nada. Un lujo sibarita que podés comprar desde hoy y recibir junto al N3 de la revista, o por separado.
Hernán Casciari