Lecturas comentadas: Cómo cambió la Villa 1-11-14 a dos meses del Operativo Cinturón del Sur

Tiempo Argentino recorrió el que alguna vez fue considerado el barrio más peligroso de la ciudad



El despliegue de la Gendarmería en el Bajo Flores ya forma parte del paisaje cotidiano (Iupi!) Vecinos destacan el impacto positivo de la implementación de la medida. Reclaman, sin embargo, más presencia del Estado en otras áreas.

Formados en tres filas, portando sus escopetas o fusiles cargados con balas de goma, los gendarmes ingresan a la Villa 1-11-14, en el Bajo Flores, desde la Avenida Perito Moreno. A sus espaldas está el Nuevo Gasómetro. Adelante los espera uno de los barrios más peligrosos de la Ciudad de Buenos Aires (buen modo de titular una peli policial, ¿no? Al margen, ¿será verdad que Budú está por dejar su piso en la River View de PM para conseguirse un loft sobre Cobo?). En esas calles y pasillos que van desde Perito Moreno a la Avenida Riestra viven miles de familias hacinadas, acostumbradas a los carteles que tientan con el famoso “pollo a la broaster”, a las pilas de basura –el gobierno porteño parece haber abandonado la recolección en esta zona de la ciudad– y a las zapatillas colgando de los cables (Está claro. En este barrio hay solo abandono. No hay delegados, ni riqueza cultural, ni luchas colectivas: solo abandono. Tras cartón, el gobierno de la ciudad abandona a los abandonados. Por suerte está el gobierno nacional, del que la gente, ahora debe esperarlo todo… bueno, ¡todo lo que puede ofrecer un gendarme!).


Los gendarmes entran al barrio cerca de las 5 de la tarde. En su lento desfilar por las calles se van topando con grupos de niños de escuela primaria. Es viernes, acaban de salir del turno tarde. A juzgar por los rostros, por las risas y los movimientos descuidados de los alumnos, la Gendarmería se ha convertido en parte del paisaje. Parecen no tenerles miedo (buena frase esta también, a los pibes adolescentes no les debe dar miedo que los apunten, los palpen y los traten como eventuales criminales). En las primeras cuadras, las más cercanas al estadio de San Lorenzo, se ven locutorios con precios promocionales para llamadas a Perú, Paraguay, Bolivia y España; comercios de venta de celulares; tiendas que ofrecen una oferta muy variada de hilos de todos colores. “En esta zona hay muchos talleres clandestinos” (efectivamente, hay MUCHISIMA información sobre esto), comenta a Tiempo Argentino uno de los uniformados.

La columna de gendarmes está cumpliendo con lo que en el Ministerio de Seguridad definen como un ejercicio de “saturación policial” (¡suena divino!) Los efectivos, entre los que hay hombres y también mujeres, caminan por las calles más anchas pero de pronto, tras un gesto aprobatorio del comandante mayor Aníbal Michellod, se meten por un pasillo angosto por el que sólo se puede caminar de a uno. El pasillo es un laberinto de puertas cerradas, ventanas y escaleras curvas de hierro. Entre la procesión armada –cada gendarme lleva escopeta o fusil y una 9 milímetros en la cintura– (¿sólo con balas de goma? Ojota: los narcos nos como los miltantes del partido obrero) camina el subsecretario de Delitos Complejos, Miguel Robles, de traje y corbata. 

Ex policía de Córdoba, donde fue investigador de homicidios, Robles sonríe cuando Tiempo le pregunta si el despliegue de la Gendarmería se puede emparentar con el Batallón de Operaciones Policiales Especiales (BOPE) de la policía militar brasileña, cuya controvertida actuación en las favelas de Río de Janeiro fue contada por la película Tropa de Elite. “No tiene nada que ver, porque los índices de narcotráfico son totalmente distintos a los que existen en Brasil. Lo que se está haciendo acá, según las directivas de la ministra de Seguridad, es intervenir a tiempo en estos lugares. (¿No hay cierto parentesco con la idea de guerra preventiva ideada por el Pentágono?) Porque cuando se instalan estructuras criminales suelen ocurrir desastres mayores, como que se impida a la fuerza pública ingresar a una zona. Y entonces hay que recurrir a niveles de asalto. Acá, en cambio, lo que se está haciendo es una presencia policial masiva, esto es una policía de aproximación”, argumenta Robles.

(No está mal. La gendarmería trafica en las fronteras, la federal en la ciudad. Cuando la federal amenaza la gobernabilidad, se trae a la gendarmería a la ciudad. El hecho de que estemos hablando del estado nacional y de sus fuerzas policiales y militares debería opacar –por cautela, por pudor, por conciencia histórica— un poco este tono festivo del periodista. Pero el patetismo ideológico es impermeable. Lo mismo cuando se habla de los narcos y los talleres textiles, ambos de imposible desarrollo si no hubiese protección jurídica, complicidad económica y un groso mercado a disposición. Lo que vemos es como el estado reacciona contra sí mismo. Que la militarización de los pobres, qué esta guerra preventiva –como continuo de una guerra abierta— sea un recurso eterno es lo que se borra cuando se la piensa como lo menos malo para esta coyuntura. Allí están los aplausos con los que la gente del Indoamericano recibió en su día, hace unos meses, a esta fuerza. Como dicen unos queridos amigos que viven en Bajo flores: la gendarmería es una fuerza que marca fronteras nacionales, asique es en extremo simbólico que vengan ahora al barrio, a un barrio de migrantes, a estrechar más aún la política de gueto).

La caminata por dentro de la 1-11-14 llega hasta la intersección de dos calles anchas. En la esquina, en las alturas de un poste, se ve un improvisado altar a San Jorge, el santo que enfrenta al dragón con su espada, al que la Biblia asigna la función de frustrar a Lucifer, el ángel caído (Ay, ay, Cristian Alarcon, santa pluma del populismo negro, volvé, te perdonamos: ¡al menos no escribís con los pies!). Los responsables del operativo están observando esa imagen cuando, caminando en sentido contrario, aparece un cuarentón que anda a los gritos por la calle. Se mueve como si estuviera bailando. Los vecinos lo miran. El individuo sonríe y alza la mano por los aires haciendo el clásico ademán de los cuernitos. “¡Viva el Diablo!” La irrupción provoca cierto desconcierto. La sorpresa es mayor en los dos jóvenes veinteañeros de nacionalidad austríaca que decidieron sumarse a la recorrida: son Severin Grussman (23) y Maximilian Jager (23), estudiantes de Urbanismo y Economía de la Universidad de Viena. Habían salido a andar en bicicleta con los rodados que facilita de forma gratuita el gobierno porteño (Gobierno Nacional y local comparten la gestión del zoológico): terminaron en la Avenida Perito Moreno frente a la 1-11-14, donde la Gendarmería les aconsejó interrumpir el paseo por su propia seguridad (Nuevamente: política de frontera, política de gueto) “Esto es bastante fuerte, mucha pobreza. Se ven muchos contrastes. Y es impresionante ver cómo se improvisa para vivir juntos”, dice Jager (gracias por tus palabras, Mick)

El ejercicio de “saturación policial” llega hasta la Avenida De la Cruz, esquina Portela. Los gendarmes acaban de detener a dos jóvenes que iban en un Peugeot 307, matrícula FOH384, cuyo robo había sido denunciado el 2 de septiembre por la UFI 10 de la localidad bonaerense de San Martín. Los dos detenidos llevaban revólveres calibre 22 y 32. Los gendarmes que participan del Operativo Cinturón del Sur cobran un adicional de 260 pesos por día. “Quieren venir de todo el país” (¡Y el día que pongan recompensas por (¿negro?) cabeza ni te cueto!), cuenta a Tiempo uno de los jefes del patrullaje.

A unas 20 cuadras de allí, donde la Avenida Riestra se cruza con Camilo Torres, se produjo en 2005 la masacre del Señor de los Milagros: fue el hecho más sangriento de una guerra entre bandas organizadas por el negocio del narcotráfico. Aquel episodio, en el que murieron cuatro adultos y un bebé, reforzó el relato que asocia al Bajo Flores con el peruano Marcos Antonio Estrada González, detenido hace tres años. A Marcos, que llegó a protagonizar una cinematográfica fuga en avión desde el aeroclub de Saladillo, se le atribuye seguir controlando todo desde la cárcel.

José Ferreyra, nacido en Asunción hace 40 años, habla con tonada guaraní. Hace seis años que vive en el sur de la ciudad, en el Bajo Flores. Es viernes a la tardecita (¿again, brother? Tratemos de no repetirnos…), el sol comienza a ocultarse detrás de los edificios. Ferreyra camina por la vereda –más bien un playón muy ancho– de la Perito Moreno. Lleva a uno de sus hijos de la mano. “Hay mucha Gendarmería patrullando y eso es bueno, la gente de bien está feliz y contenta”, dice (Y bueno, ya tenemos un verdadero fraseo de la época de la dictadura para apoyar al  gobierno popular… ¡no digan luego que la vieron venir, que no les avisamos!). “Esta zona era un desastre. Antes, los sábados y domingos, no podías pasar hacia la Avenida Cruz porque era seguro que te iban a robar.” (No sólo que la zona “sigue siendo un desastre”, sino que además, se asume que el problema del Bajo era el de la “delincuencia”, sin más, cosa que se arregla con los milicos ahí adentro. Como los vecinos de allí piensan eso, pues, el kirchnerismo parece darse por satisfecho… --cualquier similitud con un modo macrista de pensar, de seguro es pura coincidencia).

Un grupo de pibes juega un picado en una de las explanadas de acceso al Nuevo Gasómetro. No tienen más de 12 años. Dos vehículos de Gendarmería se han instalado a pocos metros. Por allí vienen caminando las hermanas Irene (17 años) y Blanca Torres (19), ambas viven en “los departamentos”. Irene está en el secundario, Blanca es una ilusionada estudiante de Obstreticia en la UBA. “Ahora hay más tranquilidad, cambió bastante el barrio. Ya no se ve, acá en la esquina, a chicos robando, parando los autos. Antes no sabías para qué lado ir, por si había disparos o algo”, cuenta Blanca. 

Eusebio “Jerry” Guanca (44) es del pueblo jujeño de Lote Piedrita. Dirige el comedor Mate Cocido, ubicado en la esquina de Avenida Cruz y Agustín de Vedia, donde se están realizando tareas culturales y de formación. Guanca tiene experiencia política, forma parte de la Corriente Nacional Martín Fierro. “La Gendarmería viene a ser un ordenador”, evalúa (bueno, su quehacer histórico) El jujeño hace 25 años que vive en Buenos Aires. Conoce de cerca la dureza de la calle: justo en la esquina de su comedor se reúnen, por las noches, entre fogatas y frazadas, jóvenes adictos al paco que tienen allí su ranchada. “A estos pibes hay que cuidarlos, están perdidos pero merecen respeto”, subraya.

Las cifras

El Operativo Cinturón del Sur que comenzó a ser implementado hace dos meses incluyó el despliegue de 2500 efectivos de la Gendarmería. Los 1000 policías federales que antes estaban allí fueron reasignados al patrullaje de las zonas centro y norte de la Ciudad.

De los 2500 gendarmes, 1250 patrullan La Boca, Barracas y Parque Patricios, mientras que los 1250 restantes fueron desplegados en Pompeya, Bajo Flores, Villa Soldati y Lugano.

Se abrió un centro de comando y control para la coordinación de las operaciones.

“La gente está muy contenta”

El psicólogo Aldo Pagliari dirige desde hace 12 años el Centro de Salud y Acción Comunitaria (CeSAC) Nº 20. Reconocido por su entrega y su conocimiento del barrio, Pagliari reconoce que la llegada de la Gendarmería significó un “cambio muy importante en la vida de la gente”, y sobre todo para las familias con niños. “Antes los chicos estaban encerrados y ahora están pudiendo salir a jugar a la calle”, cuenta a Tiempo Argentino. 

“El cambio no consiste en que ahora haya gendarmes, sino en que hay un montón de ellos. La gente está muy contenta. Dicen que ahora pueden ir a visitar a tal o cual pariente, que vive en determinada manzana del barrio, y que antes no podía. Pero esto no es un tema sólo de seguridad, o por lo menos sólo de la seguridad entendida como presencia de gendarmes. La seguridad es una construcción social: significa seguridad de tener un empleo, de volver a tener unida a la familia”, argumenta Pagliari. 

Profesor de Historia, Mariano Bindi coordina talleres de Historia y el programa de finalización del secundario que se dictan en “Mate Cocido”. Bindi participa de las reuniones de la mesa barrial de seguridad que impulsa el Ministerio de Seguridad. “La gente está contenta con la Gendarmería. Pero como toda fuerza de seguridad, como toda fuerza represiva, debe manejarse con códigos democráticos. Es muy necesaria la interacción entre los jefes de la fuerza y los vecinos. Eso empieza a suceder”, dice.

Una mayor presencia

La presencia de Gendarmería y Prefectura en los barrios del sur de la Ciudad de Buenos Aires ya lleva dos meses. El lunes 4 de julio, tras un anuncio sorpresivo hecho diez días antes, comenzó el Operativo Cinturón del Sur. El corazón de la medida, que en un primer momento estuvo envuelta en polémica, fue el remplazo de los efectivos de la Policía Federal que hacían tareas “de calle” por gendarmes y prefectos. 

El cambio trajo consigo mucha más presencia en el territorio. Los 1000 policías federales que patrullaban las jurisdicciones correspondientes a las comisarías 24ª, 30ª, 32ª, 34ª, 36ª y 52ª fueron sustituidos por 2500 efectivos de Gendarmería y Prefectura, a los que en ocasiones especiales –operativos de cierta complejidad– se suman miembros de la división canes, explosivos y albatros, el grupo de élite de Prefectura.

Los policías federales sustituidos fueron enviados a las zonas centro y norte de la ciudad. Con la reasignación masiva se busca mayor presencia de efectivos, también un mayor control de avenidas y accesos a la Capital. Los 2500 gendarmes y prefectos se repartieron la zona sur en partes iguales: 1250 prefectos se encargan de la seguridad en La Boca, Barracas y Parque Patricios, 1250 gendarmes hacen lo mismo en Pompeya, Bajo Flores, Villa Soldati y Lugano. Cada uno de los contingentes –Prefectura por un lado, Gendarmería por otro– cuenta con una base operativa donde se guardan vehículos y equipamiento de comunicaciones. 

El control de todo el Operativo está en manos del Ministerio de Seguridad, que abrió un “centro de comando y control” en un edificio desocupado de la Avenida San Juan. El responsable de toda la estructura es el subsecretario de Delitos Complejos, Miguel Robles. Elegido para ese cargo por la presidenta, Robles reporta directamente a Nilda Garré.