Verte feliz no es nada

Por Perros sin folleto


Tenemos ante nosotros la revista de un reputado centro cultural porteño del barrio del Abasto. Esta edición de la revista tiene ya algunos meses; se consagra a la difusión de los espectáculos veraniegos del bello lugar. Tamaño medio A4, con buen papel a todo color, la revista incluso tiene lomito. Es un pequeño lujo, a tono con lo lujoso del lugar, un lujo que no consiste en champaña y caviar sino en reunir la crema de la cultura indie (el under tambien tiene sus elites...). Valoramos, por supuesto, dicho lugar; nos entristeceríamos si desapareciera, pero no deja de ser cierto que, como leimos en Internet, es una maquina de convertir las zonas mas distinguidas del indie en insumo de la industria cultural.

La tapa dice: EXPERIENCIA KONEX #17 y está toda ocupada con una foto, “producida” foto con completo fondo blanco y con los cinco miembros (varones) de la banda del verano en fila frente a la lente, parados en una pasarela de arena, en mallas, musculosas y chombas, con pelotas y baldecitos. El lema: “Onda Vaga. Música para ser feliz”.


Vemos en esta foto a pibes que en principio son nuestros iguales, ahí mirando al frente, cuerpos a la orden del fotógrafo, carne labrada por la verdad resabida de la industria; sólo uno, el de más a la derecha, parece sonreir con picardía, al menos una risita contenida que indique una zona de distancia con la situación-representación (actuar de uno mismo), distancia con el destino de ser plastilina de fotógrafa.

Dijimos cuál es la banda, por un lado, porque el nombre es pertinente para nuestro planteo, y, por otro, simplemente porque sería más arduo ir describiendo sin nombre. Pero se podría no decir el nombre e igual exponer estos argumentos; porque no se discute con personas, se discute con ideas. Ideas adheridas a cuerpos. Ideas-cuerpos con fuerza expresiva. Ideas, por supuesto, de vida. Que seguramente nunca coincidan de manera plena con los cuerpos que las encarnan, menos aun con el de alguno en particular en el caso de una banda. Las ideas merecen ser discutidas, y esa es también una forma de reconocimiento: no se discute con algo carente de méritos, se discute con lo que se constituye como representación circulante, común. Discutimos con un clima de época, con una propuesta de conformación de las cosas. 

La banda convoca, en la voz entrevistada de uno de sus miembros, a “parar de sufrir al pedo”, y la declaracion entra en perfecta coherencia con la estética general emitida por el conjunto. Las toneladas de sufrimiento inflingido que se reproducen todos los días se dan por sabidas (por dadas), no se niegan, pero no afectan (y ni hablar de los mecanismos institucionalizados a través de los que algunos viven del sufrimiento de otros).

Seguramente hay muchas objeciones empíricas a este señalamiento, declaraciones, letras o biografias que lo refuten. Pero refiere a la idea triunfante, dominante, de la estética OV; se analizan las superficies de la cosa (¡no pasemos por alto lo obvio!), nombre, indumentaria general, semántica saliente, declaraciones comunes, tonos, timbres y texturas del paisaje sonoro, etc. Resumidas en la consigna: “Música para ser feliz”.

No hay sana adaptación en este mundo infecto.

Hay que decir también que discutimos con este modelo porque se parece a lo que queremos. 

¡La felicidad! Pero no así directo, resuelta… ¡No tan ya-felices! Casi como efecto de farmacia. La felicidad que queremos en realidad se sitúa en conquistar un espacio para la modulación propia de la pregunta por la felicidad; una posición donde habitar la pregunta por la felicidad. La felicidad hecha, ya habida, aunque colorida, es inerte. La libertad, amigos, es fiebre. Es oración; es fastidio; es buena suerte. La libertad no es fantáaaaastica.

En efecto son Los Redondos los que nos permiten esta discriminación de juicio. ¿Música para qué? 

Música para pastillas, ¿pero qué pastillas?

Hay cosas que parecen lo mismo pero no son lo mismo: no es lo mismo vivir la ciudad con estilo Polonio, lunes y martes como de vacaciones, la escapada pícara de lo rutinario, que el raje, el raje que raja lo que hay, el raje que filtra y deserta intensificando el desgarrador roce de las cosas del mundo. La conquista es tensa, y el raje canta con voz “como de frenada de auto”, sobre la base de un riff con angulos agudos, un riff sostenido que quiere no terminar nunca, que huye hacia adelante sin dejar nunca de ser soporte del aullido. El raje es movido por una áspera necesidad (de vida); no es lo mismo cualquier vagancia… no es lo mismo la vagancia como rechazo de la responsabilidad que aquella que rechaza la sujeción; no es lo mismo la alegría que el disfrute. Las encantadores voces de Onda Vaga (y en la forma de cantar se hace muy claro que los tomamos no por ellos mismos sino a modo ejemplar de lo que cunde en Buenos Aires) son como de fogón, de todos contentos: su conquista es la de perder la vergüenza a sonar más o menos como un nene que llama de lejos a su madre y con el tiempo aprende  a entonar el gritillo porque, claro, mami te quiere así como sos. 

"Estamos en la vida para las cosas buenas", dice el citado integrante ondavago, entre otras aseveraciones que tienden en general a descontracturar, practicamente una versión pilla de pintarse la cara color esperanza, o versión cool de la felicida-la la la la, casi como si el que no la pasa bien es un gil (de hecho, hemos leído decir a uno de los músicos que las condiciones de vida en las villas eran elegidas por sus habitantes, ya que bien podrían irse al campo… por suerte uno de sus compañeros tuvo a bien traerlo a cordura; esto en un reportaje en la HBA). Del exodo de Marley –baleado por la CIA- se pasa al heroismo noventoso de Manu Chao para llevar a este relajo permanente, que, al fin y al cabo, ostenta una posición de clase.

Por supuesto, el placer, el bienestar… Compartimos ese instinto, ¿no? Pero desconfiamos de un placer público que no crispa un poco los nervios. Falsa alegría, goce de la no presencia, elusión. Goce de entregarse. El bienestar de esta hora nacional adhesionista. Música de fondo de la fiesta del consumo, en su versión progre-cool: la del “buen” consumo, con flores de autocultivo y regulación de las presiones. Yoga y combustible nacional. Música para la desproblematización, frescura libre de preocupaciones. Tropa riendo…

Los Redondos dan otra respuesta a la pregunta música para qué, y conjuntamente, otra imagen de la felicidad (de paso, muestran una forma de actualidad de lo pasado: su capacidad actual de justipreciar lo que advenga, de munir la atención).

La imagen de felicidad ricotera contiene violencia. No recomienda vivir en mallita. Es una imagen de felicidad literalmente hablando, una pintura: el esclavo rompiendo sus cadenas, del librito de Oktubre, mano de Rocambole. En ese tipo dibujado (homenaje a un cuadro de Dalí) se ve el dolor en su piel vejada, la rabia de su puño virulento, la alegría con la que flamea la cadena recién rota, abanderada. Puede hasta esquematizarse: el malestar invita a la rabia, y la rabia, por su arranque, deviene festejo; su fuerza de grito vira del no al sí, de rechazo a afirmación. Es la felicidad no de una calma acomodada, sino de una batalla. Una felicidad que cuesta agite. Premio, vuelto, o resaca de una apuesta más alta. Una felicidad que no se busca “sino que resulta de la arbitraria presencia de una alegría cruda” (así aullaba un viejo presentador en la previa de un recital de los Redondos). Un hedonismo que cuesta trabajo, un trabajo de rechazos y afirmaciones. Una felicidad con problemas. Una felicidad que acepta lo que hay siempre y cuando lo que hay empiece por la propia fuerza.

La cuestion no es comprar banda con banda (¡salve Dios!), sino una sensibilidad que mune sus criterios con la memoria de Patricio Rey para enfrentar lo que hoy la toca. La fiesta de la época... Un ejemplo de esta subjetividad de la fiesta adhesionista fueron los carteles que, en el acto presuntamente de protesta por el asesinato de un trabajador y militante ferroviario, rezaban: “Festival por la muerte de Mariano Ferreyra”. (Tocaba Damas Gratis, Calle 13 y Onda Vaga).

No se trata de comparar porque consideramos obvia la inconmensurabilidad de ambas bandas entre sí. Pero, por otra parte, la época ya hizo la comparacion: en 678 se han usado hasta la obscenidad las canciones redonditas para musicalizar su animacion emocional, y tambien, más acá en el tiempo, las canciones hippies-cool de Onda Vaga. Esa producida contiguidad propone continuidad; esa paridad es una verdad posible fabricada por esta época. Ese conformado conjunto (678, Redondos, Onda Vaga), como tal, crispa; crispa ver la convivencia producida de un reservorio de alegría autoafirmada con la felicidad boba del consumo y la fiesta del goce adhesionista -el adhesor nunca pasa de huesped y los Redondos nos invitan siempre a fundar el mundo.  

Recuerdos de combate y un presente de felicidad light. No olvidemos el Blues del noticiero; no podemos olvidarlo si hemos visto su versión en vivo (nunca fue editado) en el bar montevideano Laskina, diciembre del 1989. Es un pequeño blues, lento y espeso. Constreñido como un big-bang que no puede estallar, con una letra muy breve que el Indio canta tensando la voz como si el peso del mundo apretara sus cuerdas, el peso y sobre todo la fricción del mundo en esa voz. La viola de Skay tensada por el mundo con agudez de raje… (un raje imposible de encarar en ojotas). Rock para los dientes, felicidad del aguante y la conquista.


Se muere escuchando el noticiero,
donde cuentan cómo le dan caza
se muere mirando el noticiero
donde cuentan cómo le dan caza.

Paisaje transmitido entre los nervios
mientras le alcanza.

Se muere escuchando el noticiero,
donde cuentan cómo le dan caza
se muere mirando el noticiero
donde cuentan cómo le dan caza.

Paisaje transmitido entre los nervios
mientras le alcanza.