¿En qué estaban pensando?

por Santiago Sburlatti


Sentado en la barra del bar-comedor, André repite los versos que suenan con fuerza en los parlantes. Es de tarde, el preámbulo del ocaso y el ritual se repite: varios de los amigos senegaleses que trabajan en la posada inventan una pausa para estar simplemente allí, conversando y escuchando música en familia. En Casamance -como en muchos lugares de África-, los rituales cotidianos son compartidos, colectivos, nada más alejado del individualismo solitario occidental. Se come en familia, se mira la televisión en familia, se trabaja en familia, se escucha música o se toma el té en familia, y en cada momento la conversación, la risa, el debate y los afectos se multiplican, como la imposibilidad de concebir la vida de otro modo.


Los acordes de la canción van ejerciendo un efecto hipnótico y me acerco a ese ritual improvisado de las tardes, que a menudo consiste en cantar o bailar sin complejos. La voz de la cantante dibuja frases delicadas, en un tono de voz que coquetea con una desafinación precisa y estudiada, desgarrada por momentos. La melodía evoca cierto aire de reggae, mezclado maravillosamente con la percusión de tambores y un coro que se antoja inevitablemente danzarín. Parece alegre, pienso, parece festivo. Me doy cuenta que la canción no está en francés y le pregunto a André en qué está cantando. Es diola, me dice, y rápidamente hace el gesto concentrado de alguien que escucha atentamente y está por decir algo. Me mira con profundidad, interpelando mi propia atención y, sosteniéndome por el brazo me demanda: Escucha... escucha lo que dice. Hay algo de necesario y urgente en lo que está por decirme, algo que excede el momento específico de ese encuentro. Algo que evoca y proviene misteriosamente de esa voz sonando en los parlantes.

Escucha, repite... Ella está hablando de la esclavitud. El tono festivo que antes se me antojaba en la melodía, de pronto se vuelve grave, como si acabara de descubrir una tristeza escondida donde no debería estarlo. Ahí ella dice: en qué estaban pensando, hombres blancos, cuando tomaron nuestros abuelos, nuestros antepasados, para llenarlos de cadenas y venderlos como animales... en qué estaban pensando, hombres blancos...
André repite la traducción, sin dejar de mirarme. Hay algo en la fuerza de sus palabras que desborda el diálogo, algo que no puedo comprender. Algo que se vuelve corporal y elude la madeja caprichosa de las palabras, habitando la mirada, el aire, los sonidos. Aunque soy un hombre-blanco, los dos sabemos que soy también sudamericano, producto histórico de una tierra que comparte con África la voracidad colonialista del occidente europeo. Y sin embargo, a la vez ese diálogo está hablando de una diferenciaracial que no se ha resuelto, de una memoria profunda, extensa y sumergida en los silencios cómplices o los enunciados vacíos, que celebran la diferencia étnica como si pudiera decretarse y resolverse de un plumazo.

La pregunta que se repite en el estribillo de la canción es tan sencilla, de una obviedad tan grande que duele cuando se la comprende. Y a la vez, comprenderla es necesariamente sentirse desvalido en el terreno de las palabras, habitar un lenguaje que recorre el cuerpo, que estremece y ante el cual no encontramos más respuestas que un silencio atento, de escucha, incluso de danza. André baila la canción, de algún modo la celebra y festeja acompañando un ritmo que nunca se deja ganar por la pesadumbre. El quiere que la entienda, que la pregunta se haga carne y un amigo blanco entienda el sentido de esa tragedia, pero que la tristeza no lo invada todo y petrifique para siempre el destino de una tierra anudándolo al dolor. Es necesario bailar esa tristeza, cantarla, porque ese ha sido el modo africano de nunca permitir la derrota... de no dejar que los que vencieron, lo sigan haciendo.

Hace un par de siglos, a uno de los pensadores más influyentes y decisivos para lo que hoy entendemos por occidente se le dio por hablar de África, claro que de una manera sumamente breve y escueta, como él entendía se lo merecía un tema menor al desarrollo del hombre moderno. Para Hegel, en los negros aparece como detalle saliente el hecho de que su conciencia no ha cristalizado todavía en puntos de mira de estricta objetividad, tal por ejemplo como los conceptos de Dios o ley, en los cuales el ser humano participase con su voluntad y tuviese en los mismos la imagen de su ser...”.

El énfasis en el todavía de la afirmación hegeliana evidencia no sólo sus dudas y reparos acerca del desarrollo intelecual del continente negro, sino la presunción evolutiva acerca de un momento histórico al que parecerían no haber llegado aún. Materia prima para el evolucionismo antropológico del siglo XIX, los conceptos del filósofo alemán se encargan de marcar cuanta diferencia posible con la civilización europea encuentra; ardid epistemológico que a la vez que descalifica y exotiza una cultura enfatiza y erige a la otra como cúspide de la historia del hombre (tal como Said lo advierte con la invención delorientalismo). Prosigue el filósofo: ...Lo que representan como poder no es, en consecuencia, nada objetivo, concreto y diferente, sino que puede serlo con absoluta indiferencia cualquier objeto al cual elevan a la categoría de un genio, ya sea un animal, una piedra o un palo totémico [....] De algunos de estos trazos se deduce que es la incivilidad lo que caracteriza al hombre de color...

Vale decir, desprovistos de un pensamiento mádesarrollado y huérfanos de una concepción del poder objetivado y cristalizado en una instancia separada, afirma Hegel que ...al ser incorporados en un estado orgánico, llegan a ser necesariamente parte del avance de la sociedad, pues de una u otra manera resultan partícipes de cierta instrucción, de un nivel ético superior y también de una cultura en ascenso..Empresa encomiable y altruista por donde se la mire, remata nuestro adorabale pensador que por ello ...la única relación que han tenido los negros con los europeos y todavía tienen es la de la esclavitud. Por lo general no ven los africanos en la misma algo absolutamente repudiable. Es asíque tan luego los británicos, que tanto están haciendo en pro de la abolición de la esclavitud, son peor mirados por los negros...

Probablemente pocas veces se han dicho aberraciones tan grandes en la historia, especialmente cuando quien las dijo pretendía encarnar un punto cúlmine de la capacidad reflexiva y el discernimiento humanos. Matriz del pensamiento occidental, el sistema filosfófico hegeliano ve en el continente africano poco más que un páramo civilizatorio, habitado por seres que en el mejor de los casos guardan una inocencia pre-histórica, y a los que se vuelve imprescindible educar (humanizar, someter) a través de cualquier método. Por ello, en los escasos párrafos que dedica al continente africano en su tratadoFilosofía de la Historia, Hegel culmina sentenciando que ...Con esto abandonamos el tema de África, por cuanto no se trata en nuestro análisis de un continente histórico. No nos ofrece, en razón de su estatismo y de su falta de desarrollo, material de alcance constructivo.[....] Lo que entendemos como África es lo segregado y carente de historia, o sea lo que se halla envuelto todavía en formas sumamente primitivas, que hemos analizado como un peldaño previo antes de incursionar en la historia universal...

Al regesar a Dakar desde Casamance, frente a la costa se divisa como un manchón inerte y pesumbroso la isla de Gorée. Mojón de tierra enclavada en el océano, la isla fue durante más de tres siglos (de 1536 a 1848) uno de los centros de tráfico de esclavos más importantes de África, desde donde eran transportados hacia Brasil, el Caribe y América del Norte. Sin poder contar con cifras precisas e inapelables, de todos modos se calcula que millones de hombres, mujeres y niños que eran capturados en el continente, fueron vendidos como esclavos a los traficantes utilizando Gorée como lugar donde eran tenidos prisioneros en mazmorras de piedra que multiplicaban el hacinamiento y la humedad insoportables. Familias y aldeas enteras que encontraban allí su último destino antes de ser separados de acuerdo a la demanda del mercado -se los clasificaba por atributos físicos y habilidades-, enviados cada uno a puntos distintos del nuevo continente donde el incipiente extractivismo colonial deglutía cuerpos sin pausas. Recorrer Gorée es ser testigo del horror... es poder escuchar el silencio que el paso de tantas vidas dejaron, un silencio silbado en el soplo de la brisa marina a través de las diminutas ventanas de las mazmorras. Es tomar conciencia del salvajismo colonial que redujo lo humano a lo animal, afin de someterlo y explotarlo hasta la última gota de sangre sin remordimientos ni consideraciones o debates acerca del alma de los africanos. Hasta el propio Bartolomé de las Casas, poco antes de morir, confesó su arrepentimiento de haber preferido como solución inicial a la explotación del indígena, la utilización de esclavos africanos que llegaban masivamante a América y sobre los que no pesó discusión alguna acerca de su condición humana salvable a través del misterio divino.

La historia de Gorée, como los infintos relatos de nuestro continente, es la historia de ese capitalismo, cuna de la civilización occidental, que se erigió sobre la sangre de aquellos a los que despojó de humanidad, de cultura y de espíritu, para someterlos y afirmar al mismo tiempo un único curso posible de la historia. Y también es la afirmación y la actualización constantes del enunciado hegeliano en la idea deraza como diferencial humano, sobre la que se siguen montando nuevos colonialismos que no cesan de extraer, de los cuerpos, su potencia y sus esperanzas.

Por eso, no resulta tan difícil comprender la pregunta que se reiteraba en el estribillo de esa canción que André traducía con fuerza. Por eso, esa respuesta no habita solamente las palabras o la tristeza... por eso se hace danza, canto, grito, risa, llanto, tambor, lucha.