Días de Derecha

(Notas para una psicología del kirchnerismo)

Por Marcelo Laponia


Podemos llamar “días de derecha” a aquellos en los que los ánimos se exacerban, las sensibilidades se enervan, las pasiones se desinhiben y los pensamientos confusos entran en irrefrenable ebullición. Los llamo así por una razón sencilla: porque nos vuelven más conservadores de nuestras estabilidades (no importa cuán precarias sean).

Entre nosotros,  las recientes denuncias sobre el manejo de dinero en negro por parte de empresarios íntimamente ligados a la cúspide del poder político desencadenan insólitas reacciones. Me detengo en una que afecta a parte de la militancia oficialista: la negación. Me interesa sobre todo desde el punto de vista terapéutico. Se trata de un cuadro complejo, característico de la psicología kirchnerista. Ante la desorganización de las referencias que sostienen la creencia política se ensaya todo tipo de cancelaciones parciales de la realidad vivida. Las últimas 48hs pude verificar el desarrollo de esta patología en muchos compañeros de ruta.


El síndrome denegatorio opera del siguiente modo: ante la gravedad de la denuncia televisiva del programa Periodismo para todos –que conduce el impiadoso Jorge Lanata– se responde que la denuncia carece de efecto por ser éticamente nefasta, al tiempo que se la priva de toda connotación vinculante en la esfera jurídica. Se lee lo ocurrido, en efecto,  como “farandulización” de la política.

El mecanismo de compensación psíquico es razonable porque protege: sustituye lo que no se puede soportar (la amenaza directa a la continuidad del gobierno) por aquello que sí se puede asumir con menos costos subjetivos (la banalidad bajo la forma de una estética pseudo-menemista). En la jerga profesional hablamos de forclusión.

Si no fuese por el costo histórico que conlleva, sería un férreo partidario de este sistema de auto-sostén de la propia estima en mis propios pacientes. Porque, si no equivoco el diagnóstico (me refiero esta vez al político), el costo de “farandulizar” al kirchnerismo es aún mayor, en términos de legitimidad y de calidad moral del vínculo político, que la eventualidad de afrontar un proceso penal en personas próximas a la presidenta. El razonamiento que sigo es simple: angostar la diferencia política con el menemismo incluye a suprimir la singularidad del kirchnerismo.

No es un buen día para plantear esto, lo sé. Los días de derecha son inapropiados para pensar serena y radicalmente. En días como hoy todos nosotros somos oficialistas, sobre todo por razones conservadoras. Tememos que se nos acabe la estabilidad actual. Que vuelva la reacción. Que se pinche la economía. Que se manchen las banderas (sobre todo la de los Derechos Humanos). Por esos sostenemos negando y apoyando.

De entre todos mis amigos, en días como estos me consuelo escuchando al sabio José, que dice así: “Hasta hace unos años, salían a la calle los más pobres, salían a luchar, soportando la miseria y la represión. Hace unos años, en nuestros países la cosa ha cambiado. Los que salen son los más ricos, irritados y racistas, y se les garantiza hasta el extremo su derecho al patetismo público”. Esta noche, cuando los escuchemos las cacerolas vamos a poder sentir diáfana la diferencia. No seremos nosotros quienes le demos cuerpo, pero la ensancharemos al máximo. Cuando las cosas se serenen, cuando volvamos a plantearnos cuestiones radicales, tarde o temprano, nos veremos ante el dilema de revisar los efectos de esta psicología que el kirchnerismo nos ha forjado.