Judith Revel: Contraimperio y biopolitica
por Pablo Chacón
La ensayista francesa Judith Revel –a punto de llegar a la
Argentina junto a su compañero Toni Negri invitados por Lobo Suelto!– reflexiona
en este texto sobre los modos en que el poder se dispersa y se pliega sobre la
vida entera de los sujetos.
“Hablar de biopolítica implica excavar en la genealogía misma
del concepto. Este trabajo preliminar debe no sólo observar con precisión el
uso teórico y político que queremos hacer de la palabra biopolítica, sino
encontrar algunos elementos que están cerca de ella, no siempre de modo
articulado, y todavía con una insistencia que obliga a detenernos sobre ellos:
comenzando con este contraimperio que da
nombre al texto. Prosiguiendo por la distinción entre contraimperio y
contrapoder y adentro y afuera. Interrogando las palabras multitud, masa,
pueblo, singularidad, individuo, y más, ciudadano, no-lugar, común, hasta la
esfera pública de la cual tanto se habla y que no es propiamente el común.
Detrás del concepto de biopolítica se encuentra una renovación del vocabulario
y de la práctica política, y nunca como hoy dotarnos de una lengua ha sido un
gesto más inmediatamente político, porque hablar una nueva lengua de todos
significa experimentar una nueva política de todos, una política de la
multitud.
En los medios, en los discursos filosóficos y políticos, el
término biopolítica está siendo usado hace años de modo muchas veces útil pero
con una gran variedad de sentidos. Incluso Bill Clinton, algunos años atrás, lo
ha hecho suyo: había sido decodificada y escrita la primera secuencia del ADN,
y esta conquista llegaba nombrada por Clinton en vivo por la TV ante los
ciudadanos norteamericanos, como una nueva frontera biopolítica. Hace un
extraño efecto el oír, después de la frontera estelar del escudo espacial de
Reagan, la definición de un nuevo horizonte del poder estadounidense en esos
términos. Un horizonte de expansión ahora jugado no más en el espacio sino en
la vida, sobre la vida. Pero también es otras cosas. Biopolítica es Seattle,
Génova, Porto Alegre. Biopolítica es el movimiento de los movimientos. Nos
compete a nosotros recobrar la palabra, antes que pase a ser parte del
vocabulario de los noticieros.
¿Qué cosa es la biopolítica? Es un término que irrumpe en el
pensamiento de (Michel) Foucault a fines de los 70 -y la fecha no es algo
debido al azar, así como no es por azar que los 70 hayan sido vividos por
Foucault con una grandísima curiosidad por cuanto sucedía en Italia, con una
preocupación y un deseo de información, de vinculaciones y de discusiones que
eran permanentes, a menudo conflictivas, pero muy fuertes.
Delante de biopolítica encontramos en Foucault toda una serie
de términos que señalan su recorrido dentro de la filosofía política, partiendo
del concepto de poder -término que luego Foucault negará haberlo usado como
sustantivo unívoco y unitario, prefiriendo la expresión más dúctil de voluntad
de poder-, para arribar luego a los conceptos de disciplina, control y
biopoderes. Cronológicamente, biopolítica es el último de esta cadena léxica
extendida a lo largo de casi diez años, del 68 a fines de los 70.
Son dos las razones en filosofía para usar o dejar pasar un
término: la primera es que el objeto del cual se trata ha devenido otro y esto
obliga a buscar otra nominación; la segunda, es que el paradigma con el cual yo
describo, analizo o confronto con aquel objeto también es otro: no es aquí el
objeto el que ha cambiado, sino el sujeto que lo mira.
Desde este punto de vista, el pasaje terminológico de la
disciplina al control corresponde a un cambio de objeto: históricamente, el
objeto descripto por Foucault bajo el nombre de disciplina, esto es, la
modalidad de aplicación del poder que aparece a fines del siglo XVIII, y que se
caracteriza por un cierto número de dispositivos coercitivos que juegan sobre
el cuerpo y la visibilidad, cambia. Ciertamente, las dos dimensiones en parte
se superponen, y sería inútil pensar esa distinción en la forma reductiva de la
sucesión: así, el control es históricamente posterior al nacimiento de la disciplina,
aunque disciplina y control puedan convivir y enlazarse, jugar una forma con la
otra y una sobre la otra. Cambio de objeto, por consiguiente: cambio de objeto
en la historia. El pasaje del control al biopoder y a la biopolítica no es un
cambio de objeto sino un cambio de paradigma. En la medida que la subjetividad
que se confronta con los mecanismos del poder cambia, eso interesa: hablar de
biopolítica quiere decir hablar de una modificación, una renovación una
producción de nueva subjetividad.
Foucault no trata más al poder como una entidad coherente,
unitaria y estable, sino que estudia relaciones de poder que por un lado
suponen determinadas condiciones históricas, y por otro producen efectos
múltiples, incluso afuera de lo que el análisis filosófico identifica
tradicionalmente como el campo del poder. Aunque a veces parece haber puesto en
discusión la importancia del tema del poder en su obra (No es por lo tanto el
poder sino el sujeto el que constituye el tema general de mis investigaciones),
sus análisis efectúan dos desplazamientos esenciales: si es verdad que no hay
poder que no sea ejercido por unos sobre otros -los unos y los otros no siendo
más fijados en un rol sino ocupando, por turno o simultáneamente, los polos de
la relación–, esto implica una genealogía inseparable de una historia de la
subjetividad; y si el poder no existe sino en acto, se vuelve central la
problematización de su modalidad, la emergencia histórica de sus modos de
aplicación, los instrumentos que usa, los campos sobre los cuales interviene,
la red que diseña y los efectos que determina en una época. En ningún caso se
trata de describir un principio de poder que funcionaría como fundamento, sino
de poner en evidencia una articulación -agenciamiento diría Deleuze- entre prácticas,
saberes e instituciones en los cuales el objetivo no se reduce al dominio sino
que no pertenece a nadie.
Este análisis del poder, como modo de aplicación o acción
sobre los otros, tiene consecuencias. La más difícil de aceptar, es que el
poder se realiza sobre sujetos (individuos o colectivos) necesariamente libres:
porque si no existe la posibilidad de la elección del propio comportamiento,
adelantarse o resistir, obedecer o desobedecer, paradójicamente el poder se
agota. Foucault: ahí donde las determinaciones (de poder) están saturadas, no
hay relación de poder. El análisis foucaultiano destruye la idea de una
confrontación directa entre poder y
libertad. Porque tenemos poder, deseamos libertad y no hay libertad que se
ejerza sin poder. Es un desplazamiento de la resistencia al poder dentro de una
esfera que es ya siempre la del poder y que no sale más hacia una improbable
esfera de la libertad. Dos efectos: el primero es una crítica de la lectura
marxista de la historia como mecánica dialéctica de la lucha de clases. El
segundo es la imposibilidad de mantener la distinción entre adentro y afuera,
entre poder y transgresión, entre límite y pasaje del límite, entre sujeción y
liberación. La paradoja está en reconocer que el cerco dialéctico se cierra
trágicamente cuando se busca separarlos, mientras que cuando se reconoce su
articulación, existe la posibilidad de sacar la mordaza.
Esta genealogía posee una última característica. En la
historia del pensamiento occidental, la definición de poder ha tenido
constantes variables: una es la antinomia entre saber y poder, que es otra
manera de decir que los hombres de la ciencia resultarían una garantía contra
los excesos del poder (basta pensar que, si se mete un médico notable en la
dirección del ministerio de Salud, todos nosotros estamos, al margen del color
político, un poco más seguros). Foucault busca disolver la separación entre
saber y poder, y reconstruir el modo en que el poder se ha entrelazado con el
saber, y provocado efectos de verdad.
Mientras la articulación entre saber y poder en el medioevo
pasa a través del reconocimiento de signos de fidelidad y extracción de bienes,
desde el siglo XV en adelante el enlace entre saber y poder se organiza a
partir de las ideas de producción y de prestación. Obtener de los individuos
prestaciones productivas significa salir fuera del cuadro jurídico tradicional
del poder para integrar la especificidad de la fuerza-trabajo en cuanto tal: el
cuerpo de los individuos, sus propios gestos, su propia vida, sus enfermedades,
su salud, todo lo que hace de un individuo puesto a trabajar un agente de
producción y de reproducción de valor. En esto consiste la idea moderna del
poder.
A este poder, Foucault lo describe al principio como un
conjunto de disciplinas, como un tipo de gobernabilidad cuya racionalidad es
una economía política. En realidad, se trata de constituir un par político que
funcionará desde fines del siglo XVIII en adelante: el par
servidumbre-utilidad. El individuo debe ser tan obediente como productivo:
quizá debemos ser más conscientes del hecho de que la desobediencia, así como
viene propuesta hoy, es la tentativa reiterada para salir fuera de este tipo de
disciplina.
El poder se ha descubierto productivo. Las disciplinas son
articuladas sobre el cuerpo y no trabajan bajo represión sino bajo la
prevención: el castigo es siempre rotura de la producción mientras que la
prevención permite mantener la continuidad productiva. El agente-cuerpo
productivo, átomo singular de esta vasta fuerza-trabajo en la que se ha
convertido la población de los hombres -devenida poblaciones, por una gestión
más holgada de los flujos, su movilidad y control- pierde especificidad: la
anticipación permite su sustitución en caso de necesidad. La idea de población
permite al poder una mayor apropiación sobre los hombres y una independencia de
los individuos: en suma, una gestión perfecta de la fuerza de trabajo fordista.
Es sobre esta base que la introducción del concepto de
biopolítica representa un momento esencial en el análisis de Foucault. El
término biopolítica indica la manera en la cual el poder tiende a
transformarse, entre fines del siglo XVIII e inicios del XIX, para gobernar no
sólo a los individuos a través de un cierto número de instituciones disciplinarias,
sino al mismo tiempo a los vivientes constituidos en poblaciones. La
biopolítica implica así necesariamente un análisis histórico del cuadro de
racionalidad en el cual aparece -en la práctica, el nacimiento del liberalismo.
Para el liberalismo, hace falta comprender un ejercicio del gobierno que no
sólo tienda a maximizar sus efectos y a reducir sus costos, según el modelo de
la producción industrial, sino que afirma además que se arriesga siempre a
gobernar demasiado.
Según Foucault, mientras lo que llama razón de estado, es
decir, la racionalidad asociada al nacimiento de la figura del estado-nación en
el siglo XVII, había buscado desarrollar su poder a través del crecimiento
mismo de ese estado, la reflexión liberal no parte de la existencia del estado
sino de la de la sociedad, que se encuentra en una compleja relación de
exterioridad-interioridad respecto al estado. Este nuevo tipo de
gobernabilidad, que no se reduce a un análisis jurídico ni a una lectura
económica, se presenta como una nueva tecnología de poder dotada de un nuevo
sujeto, la población. Es preciso ocuparse de un conjunto de seres vivientes y
coexistentes que presentan fragmentos biológicos y patológicos particulares, y
cuya vida misma es susceptible de ser controlada para asegurar una mejor
gestión de la fuerza de trabajo. Foucault: con el descubrimiento del individuo
y del cuerpo adiestrable, el descubrimiento de la población es el otro gran
núcleo tecnológico en torno al cual se han transformado los procedimientos
políticos de Occidente. Ha sido inventada la que llamaré, en oposición a la
anatomo-política de la cual hablaba antes, la biopolítica. Mientras la
disciplina se presenta como anatomo-política de los cuerpos y se aplica
esencialmente a los individuos, la biopolítica representa esta gran medicina
social que se aplica a la población para gobernar la vida. El concepto de
biopolítica trae dos problemas. El primero está ligado a una contradicción que
se encuentra en Foucault mismo: en los primeros textos en los que aparece el término,
él parece relacionado a aquello que los alemanes han llamado en el siglo XVIII
la Polizeiwissenschaft, el mantenimiento del orden y de la disciplina a través
del crecimiento del estado. Sin embargo, luego, la biopolítica parece señalar
el movimiento de superación de la dicotomía estado-sociedad a favor de una
economía política de la vida en general. Es en esta segunda formulación que
nace el otro problema: ¿deberíamos pensar la biopolítica como un conjunto de
bio-poderes, o bien (en la medida en que decir que el poder ha investido la
vida significa también que la vida ha devenido poder) podríamos localizar en la
vida misma –vale decir, en el trabajo y en el lenguaje pero también en los
cuerpos, en los afectos, en los deseos y en la sensualidad– el espacio de
emergencia de un contra-poder, el lugar de una producción de subjetividad que
se afirma como momento de desujetamiento? En tal caso, el concepto de
biopolítica deviene fundamental en la reformulación ética de la relación con lo
político que caracteriza los últimos análisis de Foucault. Mejor: la
biopolítica representa el momento de pasaje de la política a la ética o, como
dice a veces Foucault, a una política sobreentendida como una ética.
Una biopolítica de la multitud significa hoy la recuperación
problematizada de tal pasaje. Significa la voluntad de afirmar la positividad
de nuestra resistencia. El contraimperio, si lo hacemos, no puede limitarse a
ser sólo un contrapoder, es decir, al pie de la letra, lo otro del poder.
Contraimperio es éxodo y desobediencia. Es potencia de vida y de la
subjetividad, es recuperación de la producción del valor y del sentido, es
producción de un vocabulario conceptual y de experiencias políticas nuevas, es
dimensión constituyente. Nuestra resistencia reconoce al mismo tiempo las tres
dimensiones tradicionales de las luchas -resistencia, insurrección y dimensión
constituyente- en el momento en el que se reconoce como biopolítica, porque
deviene expresión de la potencia de la vida. Oponerse y producir, oponerse
produciendo, producir oponiéndose: muchas son las dimensiones de la potencia.
Algunos problemas permanecen abiertos: la articulación entre
singularidad y lo común; el lenguaje, la refundación de una caja de
herramientas léxica a la altura de la nueva situación imperial; la relación
entre los saberes y la estrategia de desobediencia. La biopolítica debe
repartirse entre la urgencia de estos nudos y nuestra práctica. Queda en
nosotros hacer de la biopolítica no sólo un concepto teórico sino el nuevo
nombre de un espacio de vida, práctica e invención que sea capaz de resolver
estos tres puntos. Desearía que biopolítica fuese el nombre de aquel mundo que
estamos inventando, el nombre de un posible que no ha sido jamás tan potente.