Costa Rica, la anomalía

por Pablo Monseico


En el choque de octavos, la anomalía de este mundial, esa excepción denominada Costa Rica se enfrentó a  otra alteración menos virtuosa pero igualmente excepcional: Grecia.

Decimos que Grecia es un equipo excepcional pues no concibe al fútbol como escenario creativo. Se instala en el campo de juego tan sólo dispuesto a defender el cero en su arco honrando una tradición que lo convirtió en un triste y avaro campeón de la Eurocopa 2004. Y aguarda que a la suerte se le escape una oportunidad, que una extraña alineación planetaria despierte cierta cuota de destreza latente en sus jugadores y los sorprenda con que la pelota llega al fondo del arco y se convierta en ese bien preciado que tan poco frecuentan: un gol.

Y en el cruce de estas dos extrañezas deportivas el anodino, previsible y lineal planteo griego operó como una suerte de reactivo limitante de la invención tica. No hubo diversión, tan solo un poco de organización territorial. La previsibilidad de los griegos contaminó las usinas creativas costarricenses y nos ofrecieron un apático, aburridísimo primer tiempo. Con una excepción, la primera de cuatro intervenciones extraordinarias superheroicas del arquero centroamericano: estirando su elástica humanidad, su pierna derecha interrumpe una pelota con seguro destino de gol en uno de esos raros momentos en que Grecia recibió el regalo de una idea.

En la segunda mitad del tiempo oficial, Costa Rica logra despabilarse de ese sopor que inundaba las almas de los jugadores y convierte uno de los goles más originales de este Mundial. Con una suavidad y precisión quirúrgicas, Ruiz ubica una pelota que lentamente entra al arco griego ante la estupefacción e inmovilidad del arquero y sus defensores. Sin embargo, el gol no alteró en absoluto el clima letárgico del juego entregado hasta el momento. Grecia carecía de ideas, sofismas, silogismos y delanteros. Hasta que en una desafortunada y tardía reacción, Oscar Duarte se convierte en el primer costarricense expulsado en la historia de los mundiales.

Y comenzó otro partido: parece ser que el médico del plantel griego contó los jugadores en cancha, notó que había un jugador azul más, se lo dijo al técnico, quien a su vez comenzó a los gritos avisando a sus dirigidos que tenían superioridad numérica y así, paulatinamente, fueron cayendo en la cuenta de que habría alguna chance de empatar. Mientras que Costa Rica abandonó la ignorancia que alguna vez enarboló y se supo menos, numéricamente.

Grecia empujó, avanzó, enhebró varios pases seguidos y en tiempo de descuento el suplente Gekas se equivocó y pateó al arco, Navas también se equivoca (oh, es humano), el rebote lo toma un defensor de apellido larguísimo y convierte. Empate.

Cuando aún Costa Rica no había asimilado el tremendo golpe otro griego recién ingresado, con un rostro digno de villano de película muda intenta eliminar definitivamente la ilusión, cabecea al arco y obliga a Navas a la segunda mágica estirada, ahora vuela arqueándose en el aire, cerrando el arco y confirmando el alargue.
Ya  en el suplemento, Navas produce su tercera intervención maravillosa con la misma pierna derecha estirada en ángulo extraño que salva al arco de otra segura caída.

Y antes del calvario de los tiros del punto penal asistimos a otra maravilla griega de la ineficacia: en un contragolpe llegaron en ventaja cinco jugadores contra dos ticos (sí, cinco contra dos) y no hubo modo, se toparon contra las dos columnas dóricas que obnubilaron la escasa y ya debilitada capacidad helénica.

En la definición por penales, cuentan que Scolari y Sampaoli atesoraron los videos para mostrarle a sus jugadores cómo se deben patear. Costa Rica volvió a ser ese equipo ignorante que queremos ver:  cinco de cinco, todos adentro, sin nervio ni miedo escénico, ni agotamiento ni presión. Y Navas, gigante, enorme, inmenso, vuela hacia su derecha cuan largo es y más, estira su brazo izquierdo cubriendo casi medio arco e impide que la pelota se encuentre con la red, en su cuarta y definitivamente final intervención. A cuartos. A visitar la Historia.

Una digresión final. El técnico Pinto sostuvo que prefiere enfrentarse a equipos grandes. ¿El motivo? Porque los conoce. Gracias a la globalización accede una enorme cantidad de información que le permite conocer con más precisión a estos rivales y por ende preparar su partido de mejor manera. Es posible que Grecia no haya dado la talla para figurar en ningún sitio que condense información futbolística de relevancia y ello explique la ausencia del plan de juego tico. Ahora bien, en cuartos se cruza con un grande: Holanda. Da para ilusionarse, entonces.