¿Por qué en la actualidad la revolución no es posible?
por Alejandro Martínez Gallardo
En la cresta de la primera gran ola del “sharing economy” algunas voces entusiastas se han dejado llevar por este prometedor modelo colaborativo y proclaman el fin del capitalismo –o el ingreso a una especie de economía comunitaria (un eco evolutivo del comunismo). Este subirse a la ola colaborativa tiene una promiscua emotividad que encuentra un sustento ético-filosófico en el empoderamiento responsable del individuo, que aparentemente conlleva el slogan: “sharing is caring” (compartir es cuidarnos y cuidar al planeta y lo que harían los humanos 2.0 en la catapulta de la información libre de
Ayer el filósofo coreano
germanófono Byung Chul Han publicó un notable texto en El País en el que argumenta que la revolución
hoy en día ya no es posible, justamente porque el comunismo finalmente ha
sido incorporado –con zurcido invisible– al mercado (ya no es sólo la venta de
t-shirts del Che Guevara o la rebeldía como metamensaje usado por Pepsi,
literalmente se ha capitalizado el modelo de compartir hasta el punto de que
nuestra principal socialización sea la adquisición de objetos y servicios).
Byun Chul Han en los últimos años se ha convertido en un gran divulgador de la
filosofía, uno de los nuevos filósofos pop que han logrado disolver la barrera
entre el pensamiento culto e inaccesible y un discurso que hace sentido a las
masas y hace accesible conceptos que describen la cotidianidad política y
social con un trasfondo histórico filosófico. Entre otras cosas ha logrado
detectar como la transparencia y las ideas de open.gov son usadas por el poder para
justificar una versión moderna del totalitarismo, donde se pierde la privacidad
en favor de una supuesta rendición de cuentas. En el caso del régimen
neoliberal, a diferencia de épocas pasadas, ha logrado instaurar un sistema
casi perfecto de control ya no utilizando la violencia para reprimir los
movimientos civiles que podían atentar contra su perpetuación, sino, como un
magistral judoca, ha logrado aprovechar la libertad (o la ilusión de libertad)
y explotarla para usarla a su favor y encontrar una estabilidad difícilmente
equiparable.
El poder estabilizador del
sistema ya no es represor, sino seductor, es decir, cautivador. Ya no es tan
visible como en el régimen disciplinario. No hay un oponente, un enemigo que
oprime la libertad ante el que fuera posible la resistencia. El neoliberalismo
convierte al trabajador oprimido en empresario, en empleador de sí mismo. Hoy
cada uno es un trabajador que se explota a sí mismo en su propia empresa. Cada
uno es amo y esclavo en una persona. También la lucha de clases se convierte en
una lucha interna consigo mismo: el que fracasa se culpa a sí mismo y se avergüenza.
Uno se cuestiona a sí mismo, no a la sociedad.
¿Hemos interiorizado ya los
valores del capitalismo, del sueño americano de libertad, éxito, poder?
Este sería el máximo triunfo del sistema capitalista: haber forjado
ciudadanos que al defenderse a sí mismos, defienden al “emperador” (habiendo ya
consumido e incorporado su programa a su personalidad). Byung Chul Han
explica lo ingenuo que resulta la narrativa o la creencia de que en realidad
estamos enfrentándonos y afectando al “imperio” con nuestros actos (es la mejor
actualización de la Matrix
la que se alimenta de crear sus propios virus):
Es esencialmente más
eficiente la técnica de poder que se preocupa de que los hombres por sí mismos
se sometan al entramado de dominación. Su particular eficiencia reside en que
no funciona a través de la prohibición y la sustracción, sino a través del
deleite y la realización.
Un ejemplo del modus
operandi, de la varita mágica del mercado, es cómo durante la crisis financiera
asiática la violencia en contra del estado en Corea del Sur fue transformada en
violencia en contra del propio individuo. Se creó una sociedad de
individuos altamente productivos aunque miserables:
Después de la crisis
asiática, Corea del Sur estaba paralizada. Entonces llegó el FMI y concedió
crédito a los coreanos. Para ello, el Gobierno tuvo que imponer la agenda
liberal con violencia contra las protestas. Hoy apenas hay resistencia en Corea
del Sur. Al contrario, predomina un gran conformismo y consenso con depresiones
y síndrome de Burnout. Hoy Corea del Sur tiene la tasa de suicidio más alta del
mundo. Uno emplea violencia contra sí mismo, en lugar de querer cambiar la
sociedad. La agresión hacia el exterior que tendría como resultado una
revolución cede ante la autoagresión.
Como es lógico un pueblo
deprimido y dividido no es materia revolucionaria. Y eso es lo que genera en
gran medida la neo-libertad del capitalismo,
individuos que logran comprar la libertad, pagando el alto precio que se
requiere y la constante renovación de inversión (trabajar y consumir 24/7) y
cuando la reciben ya están crónicamente cansados, venidos a menos y orillados a
un aislamiento en el que es prácticamente imposible puedan ejercer esa libertad
y mucho menos usarla para cambiar el estado de las cosas.
El nuevo flamante producto
anticapitalista es el sharing economy, al menos en la versión optimista de
algunas personas –y hay que decir que la filosofía en la tradición de
Schopenhauer cumple un contrapeso pesimista de sano equilibrio y ojalá se
equivoque y el mundo sea mejor (fitter,
happier, less productive), pero… Se dice que el sharing es la
sucesión de la propiedad y la posesión por el compartir (por experimentar en
vez de tener). Pero, como muestra un temprano artículo de The Economist que
celebra la llegada de este modelo, la base de esto es “lo mío es tuyo, pero con
una tarifa”. Esto está muy lejos del sueño de igualdad comunista o del
postrero sueño hippie del amor libre y la comunidad que cuida del individuo (en
la cual podemos descansar y abandonarnos). Más que confiar en la red social,
más que confiar en nuestras relaciones es comprar nuestras relaciones, es
comercializar todo trato social (las personas que tienen ranking más alto pueden rentar sus
cosas más caras). Ya no es sólo todo está en venta, ahora es todo está en renta
(recordemos que ganó Airbnb no Couchsurfing …y, ¿en verdad se comparte
algo si hay que pagar?
El cambio, celebrado por
Rifkin, que va de la posesión al “acceso” no nos libera del capitalismo. Quien
no posee dinero, tampoco tiene acceso al sharing. También en la época del acceso seguimos
viviendo en el Bannoptikum, un
dispositivo de exclusión, en el que los que no tienen dinero quedan excluidos.
Airbnb, el mercado comunitario que convierte cada casa en hotel, rentabiliza
incluso la hospitalidad. La ideología de la comunidad o de lo común realizado
en colaboración lleva a la capitalización total de la comunidad. Ya no es
posible la amabilidad desinteresada. En una sociedad de recíproca valoración
también se comercializa la amabilidad. Uno se hace amable para recibir mejores
valoraciones. También en la economía basada en la colaboración predomina la dura
lógica del capitalismo. De forma paradójica, en este bello “compartir” nadie da
nada voluntariamente. El capitalismo llega a su plenitud en el momento en que
el comunismo se vende como mercancía. El comunismo como mercancía: esto es el
fin de la revolución.
Evgeny Morozov, el lúcido
crítico de la tecnología que algunos consideran neoludita, detecta esta misma tendencia en la
economía colaborativa y
adelanta cómo Verizon con su Autoshare pronto hará ubicua la posibilidad de
compartir cualquier cosa (pagando, eso es).
Verizon se une a la nutrida
lista de paladines del “consumo colaborativo”, al insistir en que “la gente de
hoy en día está optando por una sociedad colaborativa, que le permite conseguir
lo que quiere en cuanto lo quiere”. ¡Se acabaron las cargas del propietario!
Por el momento se trata sólo
de un servicio para escanear autos con el teléfono y poder acceder a un
vehículo de manera más rápida y sin intermediarios (esa es la otra, que en el
futuro no necesitaremos ver a nadie para obtener las cosas que queremos:
impresoras en 3D las producirán y drones las entregarán). Pero pronto podremos
acceder a todo tipo de objetos compartidos que nos geolocalicen.
Ya no necesitamos visitar el
típico bazar: el mercado nos encontrará en la comodidad del hogar, haciéndonos
una oferta que no podremos rechazar. De ese modo, el rápido desarrollo del
consumo colaborativo lo puede explicar una capacidad tecnológica recién descubierta
por el capitalismo: la posibilidad de convertir cualquier producto que al
comprarse se retiró del mercado en un objeto rentable que en realidad nunca
deja ese mercado..
Esta es la verdadera
deificación del capital, ligado al “internet de las cosas”, todo tendrá un
precio, todo podrá ser comprado (o compartido palabras que oscuramente parecen
ser sinónimos) y cada parte del mercado estará en todas partes: ubicuo,
omnisapiente (publicidad predictiva basada en big data y geolocalización) y
etéreo (inalámbrico), como bien había previsto Marx: “todo lo sólido se
desvanece en el aire”.