“Ni un muerto más por el derecho a la tierra”

(Documento leído en La Cazona de Flores)




Buenas tardes a todas y a todos. Gracias por acercarse a nuestra casa a compartir esta jornada de música y de lucha, de dolor y de fiesta. 

Esta peña-comilona forma parte de la campaña “Ni un muerto más por el derecho a la tierra”; y acompaña el juicio que por estos días se lleva a cabo en Monte Quemado, Santiago del Estero, por el asesinato del campesino Cristian Ferreyra a manos de un sicario a sueldo.

Javier Juárez mató a Cristian, de 23 años, por orden del empresario Jorge Antonio Ciccioli, un sojero que había llegado desde Santa Fe atraído por la promesa de una renta extraordinaria. Compró un título de propiedad, metió alambre y topadoras. Entró a desmontar. Pero algo le impidió consumar su patriada. Un movimiento de campesinos reclamaba su derecho a las tierras, al monte, a una forma de vida. Entonces Ciccioli armó una “banda”, una fuerza de choque, para hostigar al Mocase, a las familias, a la comunidad. El 16 de noviembre del 2011 se consumó la amenaza. Cristian murió desangrado, en el Paraje Campo de Mayo. No hay excesos. No se trata de un caso aislado. Once meses más tarde, el 10 de octubre de 2012, fue el turno de Miguel Galván, en el paraje El Simbol. Galván fue degollado. Otra vez la disputa por la tierra. La guerra por el metro cuadrado.

Hoy Ciccioli está en el banquillo de los acusados. Por primera vez un empresario ha sido sindicado como el autor intelectual de la violencia utilizada por el poder para aniquilar el conflicto social. Por esa razón, el Movimiento Nacional Campesino Indígena y todas nosotras y todos nosotros consideramos este proceso como un juicio histórico. Por eso estamos acá, atentos a que se haga justicia. Por la memoria de Cristian y por su familia. Porque valoramos infinitamente las luchas de su organización. Pero, sobre todo, porque necesitamos poner en debate un modelo productivo que depende de la renta agroexportadora. Necesitamos romper el consenso de los commodities. La alianza entre un poder económico sin compromiso alguno con la reproducción social y un Estado cuya formula del éxito consiste en movilizar la rueda del consumo popular para traducirla en gobernabilidad.

La conflictividad social no empieza ni termina en el campo. Los excedentes producidos por los agro-negocios se entremezclan con las ganancias extraordinarias generadas por otros negocios como el narcotráfico, la minería o la industria, y toman la forma del capital financiero. Es el reino de la especulación, la mano invisible tras todos los hechos de corrupción cuya consecuencia principal es el empobrecimiento de la vida en común.

Porque si en la punta de la pirámide están los agro-negocios y sus mafias, en las base estamos nosotras y nosotros: los que en esta ciudad comemos basura, los que tenemos quilombo con el alquiler, los que viajamos como ganado, los que padecemos la violencia narco-policial en los barrios, los que migramos, los que vivimos endeudados, los que circulamos por una ciudad estallada y con miedo sin saber a qué. Una ciudad que, como el campo, también está siendo privatizada. Y por la que también se expande la frontera de los negocios, en este caso inmobiliarios, contra toda forma comunitaria.

De ahí que la Cazona tenga algo de refugio, de deseo colectivo de otra socialidad, de apuesta a una vida en común. Una preocupación política, que quiere ser, sobre todo, una invitación. Una invitación a pensar juntos estos problemas y a construir nuevas luchas. Para liberar la ciudad de aquellos poderes mafiosos que ponen en jaque cualquier posibilidad de radicalización democrática.

La Cazona de Flores