Todos somos Charlie… Y mucho más
por Gustavo Dessal
El psicoanalista y escritor Gustavo Dessal, que acaba de
publicar, junto al sociólogo polaco Zygmunt Bauman El retorno del péndulo,
reflexiona desde España en este texto -exclusivo para esta agencia- sobre el
atentado terrorista en la redacción del semanario francés Charlie Hebdo y sobre
la ubicuidad del poder de policía del capitalismo global (y de su espejo
invertido).
El terrorismo argumentado en el Islam es la contracara del
poder contemporáneo. Del mismo modo que el poder se ha vuelto invisible,
ilocalizable, disperso en la extraterritorialidad del ciberespacio, el
terrorismo es su doble. También él es en el fondo invisible, un enemigo que no
tiene rostro, a menos que nos creamos que el rostro de Bin Laden, Mohamed Atta,
los hermanos Chérif, Said Kouachi y otros monstruos semejantes conforman el
retrato fiel de aquello que los infieles llamamos terrorismo islámico.
¿Quién nos gobierna? No hay respuesta precisa a esta
pregunta, porque vivimos en un mundo en el que ya no podemos distinguir quién
es el amo. El amo es una figura del pasado. Hoy está fraccionado, difuminado,
licuado (Bauman dixit) en los algoritmos que diseñan las ondas que vuelan por
el espacio y que transportan imágenes, virus, datos, bitcoins. El amo se ha
desmaterializado, y su doble, el Nuevo Terror, es la manifestación de su
retorno en lo real.
Arturo Pérez Reverte publica una columna titulada Es la
guerra santa, idiotas (El Cronista Comercial, 8-1-14). Es una vieja costumbre
de este escritor llamar idiotas a todos los que no piensan como él. Tal vez,
como enseña Lacan, Pérez Reverte recibe su propio mensaje en forma invertida, y
el idiota sea él, cuando escribe: …pienso en el enemigo. Y no necesito forzar
la imaginación, pues durante parte de mi vida habité ese territorio.
Costumbres, métodos, manera de ejercer la violencia. Todo me es familiar. Todo
se repite, como se repite la Historia desde los tiempos de los turcos,
Constantinopla y las Cruzadas. Incluso desde las Termópilas.
La historia no se repite, aunque suele repetirse la estupidez
del maniqueísmo, la debilidad mental de la respuesta en espejo, la miserable
réplica de ese fanatismo que hoy se disfraza con los ropajes de una
interpretación delirante del Corán. La idea de una guerra de civilizaciones,
según la tesis de Huntington, es muy tentadora. Pero lamentablemente resulta
inservible. No solo por su falacia argumental, sino por su ineficacia práctica.
A menos que nos propongamos seriamente una nueva Solución Final, pero esta vez
aplicada al mundo musulmán, la cordura debe inclinarnos a no perder la cabeza.
Porque uno no solo puede perderla por la espada de un yihadista (como otrora
bajo la cuchilla de la guillotina republicana), sino también intoxicándose con
el discurso que promueve el mensaje O nosotros, o ellos. ¿Quiénes son ellos? No
hay tal distinción. Esa diferencia -mal que le pese a Pérez Reverte y a todos
los que piensan como él- forma parte de la lógica de la modernidad que culminó
en el siglo pasado. Pertenece a una etapa de la humanidad en la que aún
existían categorías capaces de establecer un ordenamiento en la complejidad
social y política de la historia.
Ahora estamos en otro tiempo, un tiempo en el cual la
violencia terrorista es el síntoma espectacular de una violencia que el
discurso neoliberal ha desencadenado al desactivar todas las barreras, las
señales de alarma, los límites, al propagar la Idea Universal, totalizadora y
totalitaria, de que todo es posible. ¿Por qué debemos aceptar el todo es
posible en el plano del terror financiero, pero somos presa de la perplejidad
ante esa otra forma del terror cuya raíz resulta ser secretamente la misma? ¿O
acaso el Estado Islámico ha nacido de un repollo? ¿Por qué las democracias
occidentales se mesan los cabellos cuando sus metrópolis son golpeadas por la
furia terrorista, pero desde la Casa Blanca hasta el Palacio del Elíseo reciben
con honores de estado y alfombra roja a las autoridades de países como Qatar o
Arabia Saudí, que financian los semilleros de fanáticos asesinos?
Si alguien hoy en día cree que entre la yihad islámica, Wall
Street, el narcotráfico, las monarquías árabes, los fabricantes de armamento,
la CIA, y la tecnociencia no existe ninguna clase de vínculo, entonces se ha
quedado atrapado en el pensamiento de Aristóteles, muy sabio para varios
siglos, pero algo anticuado para los tiempos que corren.
Francia es hoy el objetivo castigado. Se quiere buscar para
ello un sentido: la participación del estado francés en Mali, en los bombardeos
al E.I., etc. No queremos reconocer que el terror no es un Accidente en la
buena marcha de Occidente, (hay, curiosamente, tan solo una letra de
diferencia), sino que es parte sustancial de su propio desenvolvimiento. Porque
incluso las nociones de Occidente y Oriente han perdido su significado.
Hoy el terror alza la bandera de la medialuna, mañana actuará
con nuevos colores, pero nosotros seguiremos creyendo que se trata de lo Otro,
seguiremos queriendo creer que el infierno está fuera de nuestra civilización,
y que los terroristas son los marcianos que invaden el noble territorio
americano como en las malas películas de Hollywood. Ya no hay guerra de
civilizaciones, porque el plural ha sido aplastado por una violencia más
poderosa, la de un discurso que mata de manera indirecta, pero no menos eficaz.
Aunque también tiene sus excepciones: a veces masacra mineros sudafricanos en
huelga emitiendo un mail desde una mansión de Londres. Todos somos Charlie.
Todos somos mineros sudafricanos. Todos somos convertidos en desechos por
gracia y obra del capitalismo salvaje que se expande como una monstruosa
gangrena.
¿A quién debemos cortarle la cabeza para parar la infección,
cuando el cuerpo enfermo es uno y el mismo? Porque la yihad islámica no brota
de los pedregales del desierto, sino que resulta ser la célula maligna que se
propaga en un complejo organismo nacido de un entramado de poder cuyos
componentes no pueden diseccionarse, porque han sido ensamblados en las
catacumbas de los organismos internacionales democráticos, con la colaboración
de paraísos fiscales, laboratorios científicos, agencias de calificación,
empresas multinacionales y ejércitos privados.
Soy plenamente solidario con el sentimiento que hoy embarga
al pueblo francés. Y como la mayoría, querría ver a los autores de la masacre
condenados a cadena perpetua. Pero junto a ellos, me alegraría ver a unos
cuantos más, no precisamente hombres vestidos con vaqueros y pasamontañas, sino
con trajes de Savile Row o túnicas bordadas de oro. Estos últimos no llevan
fusiles Kalashnikov ni conducen camiones cargados de explosivos. Suelen
reunirse en Bruselas, y sentados en los despachos de torres de cristal, mueven
los hilos de las marionetas desde sus smartphones, deciden el destino de
millones de griegos, hojean los folletos de las últimas bombas de racimos que
habrán de probarse en la franja de Gaza, y convierten regiones enteras del
planeta en un videojuego con personajes de carne y hueso.