El radiotelegrafista
por Juanjo Santillán
La revolución cubana
fue para Julio de la Rosa, “Ebo”, una cadena de sonidos. Su arma fueron los
auriculares que se calzó como el mejor dj bajo la presión más dura: la amenaza
nuclear y la invasión de los EE.UU. En plena reapertura del diálogo La Habana-Washington,
este encuentro con su bisnieto es el que más nos interesa. Lobo Suelto!
comparte este texto publicado en la revista amiga Al Oído 3, que celebrará su
regreso en formato libro/anuario el 11 de julio en La Cazona de Flores.
Febrero 2014. Esteban está a punto de cumplir
cinco años cuando vuelve a Cuba. Después de una parada breve en la casa de “tía
Cary”, en Boyeros, que nos recibe con jugo de fruta bomba, viajamos de noche
por la Carretera Central desde La Habana hasta Santa Clara, donde nos espera el
resto de la familia. Esteban había estado en la Isla, pero ahora empieza a
tomar nota de la Revolución, básicamente por los carteles con tipos vestidos de
verde olivo. Aunque también aprende a bailar reggaetón y algo de beisbol –el
bate empieza a ser bate, y no palito–
los carteles le llaman definitivamente la atención. Camino al agro, recorrido
que hacemos casi todos los días, está el Che
de los niños, una escultura bastante barroca con escenas de batallas
repartidas en relieve por toda la figura del Comandante. Cada vez que pasamos
por ahí Esteban se acerca y lo saluda. Y cuando llega a casa generalmente lo
dibuja. Pregunta por los hombres que están en el cinturón de la escultura. Son
los 38 que murieron con Guevara en Bolivia. Juntos “descansan” en el memorial
de Santa Clara, ciudad liberada por el Che. Esteban pide ir al memorial tres
veces a saludar a los soldaditos. La primera vez, al salir del mausoleo, se
sienta en el piso y los dibuja. ¿El
Che cuando era chiquito también tenía papá y mamá? ¿Lloraba cuando se caía
jugando al fútbol? Las
preguntas vienen en racimos. Le decimos que el bisabuelo Ebo fue soldadito del
Che. Que le pregunte a él. Una tarde Ebo vino en bicicleta, le trajo un billete
firmado por Guevara cuando fue presidente del Banco Central de Cuba. Antes le
había dado su diario de batalla durante la liberación de Angola. Ebo fue
radiotelegrafista de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, estuvo en la limpia
del Escambray, fue movilizado cuando la Crisis de los Misiles, estuvo en la
invasión a Girón y fue el primer oficial de comunicaciones del Ejército Central
que participó en la liberación de Angola. Para él la Revolución fue una cadena
de sonidos que se volvieron las palabras de cada batalla. A sus 82 años, algo
nos contó de todo esto:
Tendría 22 o 23 años cuando en la
zapatería donde trabajaba se creó una cédula del Movimiento 26 de Julio que la
dirigía Fausto Vicente Barroso. En la zapatería pude estudiar un poco, hice más
o menos una secundaria ahí, mediocre y tal. Aprendí algo y empecé a estudiar
mecanografía y radiotelegrafía. Cuando triunfa la Revolución, ya en enero o
febrero del ‘59, me llamaron para el cuartel porque iban a sacar a los
radiotelegrafistas del ejército de Batista. Me hicieron la prueba y me
alistaron como un miembro más del Ejército Rebelde.
Toda la comunicación que había del
escuadrón era por radiotelegrafía. Ahí estaban los equipos de radio. Tengo la
experiencia, que me satisface mucho, y es que conocí a Camilo (Cienfuegos)
personalmente. Estando en el cuartel de Yaguajay él fue unas cuantas veces a
visitarnos.
El zapatero tenía un nivel de vida
superior a los demás, yo ganaba 14 o 15 pesos a la semana y eso alcanzaba para
vivir. Un nivel de vida distinto, porque ni mi viejo ganaba eso en el tiempo de
zafra, esto es cuando se produce la azúcar, el resto se llamaba “tiempo
muerto”. Mi viejo trabajaba dos meses y pico, o tres en la zafra y después el
resto del tiempo muerto en un sitio para sembrar boniato, yuca, calabaza,
frijoles, un poquito que no alcanzaba ni para un mes de comer frijoles. Así era
el ambiente en aquel momento.
¿Qué era para mí antes de la Revolución
el Ejército Rebelde? Nosotros íbamos desarrollando “actividades”, de todo un
poco, adquirimos un poco de política revolucionaria después incluso de estar en
el ejército. Antes, no. Era el embullo ese de la juventud, los jóvenes no
piensan mucho las cosas, si las piensan no las hacen.
Se pensaba que habría una invasión como
la de Trujillo en Santo Domingo. Yo era telegrafista en un avión de combate
cubano. Hacíamos un ojeo, salíamos de aquí, íbamos a todas las costas y
bajábamos en Camagüey a las 7 u 8 de la noche. La actividad esa la dirigía el
Che. Muchas veces coincidimos en el comedor de una casa de visita en Camagüey.
Y entonces entraba el Che, y todos prestaban atención lógicamente porque era la
disciplina militar, y entonces él nos decía: “Coman, che. Sigan comiendo”. Él
hablaba siempre muy despacito, pausado.
Me mandaron para la famosa Cuarta
División, aquí, de Santa Clara, como Segundo Jefe de la Compañía de
Comunicaciones. Una compañía de 109 hombres, había equipos de radio, de
teléfonos. Estando ahí vino la alarma de combate que dio Fidel, cuando nos
amenazaron aquí con bombas atómicas y estuvimos al borde de un ataque nuclear. Nos
movilizamos, estuvimos cuarenta días en trincheras, debajo del agua, y bajo el
sol, bajo el frío, esperando la invasión. Estaba movilizado el ejército en Cuba
entera. Los aviones pasaban por arriba nuestro, con la panza prieta que tenían.
Le podíamos tirar con fusil, pero nos habían dado la orden de no disparar. Pero
ellos se envalentonaron y lo que hicieron fue faltarnos el respeto, aquí, a
Cuba. Nosotros veíamos hasta los pilotos, imagínate la altura a la que iban.
Hasta que Fidel nos dijo “a los que pasen por aquí los vamos a tirar”. Y les
tumbamos dos U2. Se acabaron los vuelos rasantes aquí en Cuba.
Hubo una contrarevolución bien dirigida
en el Escambray, eran analfabetos dirigidos por uno o dos “inteligentes” que
asesinaron maestros, vecinos, les dieron candela a las cooperativas, a las
casas. Eran asesinos en potencia. Combatimos contra ellos hasta que los
eliminamos. Yo iba con mi equipo de radio, con las comunicaciones por código
Morse, por el sonido, también por radiotelegrafía taka, taka, taka. Después de
la limpia del Escambray vino el ataque a playa Girón, en abril del ‘61, donde
estuvimos cuatro días con el Ejército del Centro.
En 1975 nos vamos al Escambray para una
preparación especial que arrancaba a las 12 am con un desayuno, ejercicios y
caminar 10, 15, 20 kilómetros de madrugada con todos los hierros arriba: la
mochila, el fusil, todo. Los oficiales lo sabíamos. Al resto de los soldados se
les decía que iban a cumplir una misión, pero no se les decía directamente que
todos íbamos a liberar Angola.
Viajamos 27 días hasta Angola en un
barco enorme. No nos permitían salir a la cubierta porque era un barco de carga
y adentro iba escondido todo nuestro armamento. Estábamos, en el sur, en
Huambo. La comunicación con nuestras familias era por cartas. Creo que en dos
años si habré recibido dos cartas o tres era mucho. Tenía que desconectar, yo
tenía 42 hombres a mi mando, no me podía poner a llorar ahí como hacían muchos
muchachos. Los muchachos lloraban, yo tiraba cuatro troncos ahí y les decía:
¡Arriba, vamos a tirar tiros! Yo estaba igual que ellos, pero no podía
demostrarlo. Agarraba un fusil, ponía una lata cualquiera ahí y empezaba a
tirar con una caja de balas. Fíjense que todo el mundo tiraba ahí y de último
poníamos a 30-40 metros un cigarro blanco con la caja y lo partíamos en
pedacitos. Así sacaba a los muchachos de la nostalgia aquella.