La revolución como problema técnico: de Curzio Malaparte al Comité Invisible
por
Amador Fernández-Savater
1.
El
escritor Curzio Malaparte es una referencia en el mundo de la arquitectura por
la casa que él mismo diseñó (con Adalberto Libera) y construyó en Capri. Una
especie de búnker de color rojizo empotrado en una esquina rocosa de la isla
napolitana, la Punta Masullo. Casa Matta la llamaban, no en el sentido literal
de Casa Loca, sino por su parecido con los refugios militares que Malaparte
había conocido directamente durante su participación en la Primera Guerra
Mundial. Casamatas son los puntos de avanzada donde se instalan piezas de
artillería que martillean las posiciones enemigas con fuego de flanqueo. Quizá
por esa resonancia, a pesar de la belleza excepcional del emplazamiento,
Malaparte aseguraba vivir en una “casa triste, dura y severa”. Como él mismo.
Al
menos también en otro sentido, podemos considerar que Malaparte habitaba
efectivamente en una posición de vanguardia. Nos referimos a su teoría sobre el
poder, desarrollada en un libro célebre durante la primera mitad del siglo XX y
hoy medio olvidado: Técnica del golpe de Estado. Un libro de espíritu
maquiaveliano en el cual Malaparte se propuso divulgar neutralmente, tanto a
revolucionarios como a conservadores, los saberes necesarios para ocupar (o
defender) el poder del Estado. A partir de algunos ejemplos concretos, como la
revolución rusa o la marcha sobre Roma de Mussolini, Malaparte despliega una
idea a la vez sencilla y deslumbrante: el poder es logístico y reside en las
infraestructuras. No es de naturaleza representativa y personal, sino arquitectónica
e impersonal. No es un teatro, sino una estructura de acero, un edificio de
ladrillo, un canal, un puente, una central eléctrica. Conquistar el poder pasa,
pues, por adueñarse, no tanto de la organización política y burocrática de la
sociedad, como de su organización técnica.
El
ejemplo más claro -y también más importante, en tanto que precursor del resto-
es la particular historia malapartiana de la revolución rusa. En el corazón de
este capítulo hay una discusión: entre Lenin y Trotsky, entre el comité central
del partido bolchevique y la jefatura del Comité Militar Revolucionario. Para
Lenin y el partido bolchevique, el proceso revolucionario consiste en suscitar
y organizar un levantamiento general de las masas proletarias que desemboque en
el asalto al Palacio de Invierno. Para Trotsky y el Comité Militar
Revolucionario, la cuestión es de orden muy distinto. La revolución no pasa por
combatir a pecho descubierto al gobierno y sus ametralladoras, ni por tomar
palacios o ministerios, sino por apoderarse silenciosa y abruptamente de los
órganos materiales de la máquina estatal: las centrales eléctricas y
telefónicas, las estacios de ferrocarril, los puentes, los puertos, los
gasómetros, los acueductos, etc. “Lenin es el estratega, el ideólogo, el
animador, el deux ex machina de la revolución; pero el creador de la
técnica del golpe de Estado bolchevique es Trotsky”.
El
problema de la insurrección es de orden técnico. No se necesita la
participación masiva y heroica de miles de proletarios embravecidos, sino
formar e instruir a una tropa de asalto de obreros, soldados y marineros
especializados: mecánicos, electricistas, telegrafistas, radiotelegrafistas,
etc. “Una pequeña tropa, fría y violenta, de mil técnicos”, dice Malaparte. A
las órdenes de un ingeniero-jefe con un plan científico de la revolución: el
mismo Trotsky. El revolucionario judío no se fía del ímpetu popular, no confía
en la participación de las masas. Cree y apuesta a que se puede conquistar el
Estado con un puñado de hombres: es cuestión de método, de técnica y de
táctica, no de circunstancias. “La revolución no es un arte, sino una máquina;
sólo técnicos pueden ponerla en marcha y sólo otros técnicos pueden detenerla”,
afirma.
Según
la historia (¿o la fábula?) de Malaparte, los mil técnicos de Trotsky se
ejercitaron durante meses en “maniobras invisibles”: infiltrándose por todos
lados, lograron documentar y mapear la distribución y localización de los
despachos, de las instalaciones de luz eléctrica y teléfono, de los depósitos
de carbón y de trigo, de las estaciones de ferrocarril y los puentes, etc.
Llegado el momento, burlaron la vigilancia policial de los “junkers” de
Kerenski (más atentos a un posible levantamiento masivo y popular que al
deslizamiento de pequeños grupos) y tomaron todas las infraestructuras del
Estado. “Operar con poca gente en un terreno limitado, concentrar los esfuerzos
sobre los objetivos principales, golpear directa y duramente, sin ruido. Una
ofensiva simultánea, repentina y rápida, apenas dos o tres días de lucha”.
El
asalto final al Palacio de Invierno fue espectacular y pasó a la historia, pero
en realidad fue simplemente la manera de comunicar al mundo que el poder ya había cambiado de bando, haciendo caer a la vista de
todos una cáscara vacía. Así se entiende la conocida sentencia de Trotsky: la
insurrección es simplemente “el puñetazo a un paralítico”.
2.
Los
movimientos políticos de los últimos años, conocidos como “movimientos de las
plazas”, son aparentemente más “leninistas” que “trotskistas”, hablando en
un sentido malapartiano. Los tunecinos que detonaron la primavera árabe
ocuparon la Kasbah, los griegos plantaron sus tiendas de campaña frente al
Parlamento en la plaza Syntagma, los portugueses intentaron entrar por la
fuerza en la Asamblea de la República, en España rodeamos el Parlament catalán
en junio de 2011 y el Congreso el 25S de 2012... Rodear, asaltar, ocupar los
parlamentos: los lugares de poder institucional han hechizado la atención y el
deseo de los movimientos de las plazas (y, tal vez por eso, los dispositivos
electorales, como Podemos o Ganemos, son ahora la continuación lógica). Pero,
¿se halla el poder realmente ahí dentro, en el interior de esos edificios?
Un
grupo anónimo retoma por su cuenta las preocupaciones de Malaparte y abre una
alternativa para el pensamiento y la acción. Se llama Comité Invisible y su
primer libro, La insurrección que viene, editado en 2007, fue un
paradójico best-seller subversivo, traducido a varias lenguas. Ahora, el Comité
Invisible publica un segundo libro titulado A nuestros amigos, escrito a
muchas manos entre una constelación de colectivos y personas implicadas
activamente en experiencias de lucha y autoorganización. Se trata de un texto
que replantea abiertamente la cuestión revolucionaria, es decir, el problema de
la transformación radical (de raíz) de lo existente, pero decididamente por
fuera de los esquemas del comunismo autoritario que condujeron a los desastres
del siglo XX.
En
el capítulo dedicado a analizar la naturaleza del poder contemporáneo, el
Comité Invisible afirma que el gobierno ya no reside en el gobierno (y que, por
tanto, de poco vale sustituir uno por otro), sino que está más bien incorporado en los objetos que pueblan y en las
infraestructuras que organizan nuestra vida cotidiana (y de las que
dependemos completamente: pensemos en el agua, el gas, la electricidad, el
teléfono, Internet, etc.). Toda Constitución (y, por tanto, todo proceso
constituyente) es papel mojado, porque la verdadera Constitución es técnica,
física, material. Los “padres” de la Constitución real (y no formal) no son
profesores, políticos o juristas, sino quienes diseñan, construyen, controlan y
gestionan la infraestructura técnica de la vida, las condiciones materiales de
existencia. Por tanto, se trata de un poder silencioso, sin discurso, sin
explicaciones, sin representantes y sin tertulias en la tele; y al cual es del
todo inútil oponerle una contrahegemonía discursiva.
Ignorar
al poder político, centrarse en las infraestructuras: aquí terminan las
resonancias con el particular Trotsky de Malaparte. Porque para el Comité
Invisible no se trata de “adueñarse” de la organización técnica de la sociedad,
como si ésta fuese neutra o buena en sí misma y bastase simplemente con ponerla
al servicio de otros objetivos. De hecho, precisamente ese fue el error
catastrófico de la revolución rusa: distinguir los medios y los fines, pensar
por ejemplo que se podía liberar el trabajo de la explotación y la alienación a
través de las mismas cadenas de montaje capitalistas. No, los fines están
inscritos en los medios: una cadena de montaje vehicula cierto imaginario del
trabajo y la producción, no se puede poner simplemente “al servicio de” otras
finalidades. Cada herramienta configura y a la vez encarna cierta concepción de
la vida, implica un mundo sensible. Google, una autopista o un supermercado son
decisiones de mundo, civilizatorias. No se trata de “apoderarse” de las
técnicas existentes, ni
de conseguir que funcionen más y mejor, como si el contexto social simplemente
“obstaculizase” el despliegue de sus potencialidades, sino de
subvertirlas, transformarlas, reapropiárselas, hackearlas.
El
“hacker” es una figura clave en la propuesta política del Comité Invisible. Lo
asociamos exclusivamente con el mundo de las redes digitales o, aún peor, con
el “terrorismo informático”, pero no tiene nada que ver. Un hacker es
cualquiera que tiene curiosidad por crear algo nuevo o por resolver un
problema, un apasionado del saber-hacer, un bricoleur. Podemos pensarlo también
por fuera del mundo de los bytes, en un sentido social más amplio, como todo
aquel que se pregunta (siempre mediante el hacer) cómo funciona esto, cómo se
puede interferir en su funcionamiento, cómo podría funcionar de otro modo. Y se preocupa por compartir sus saberes.
¿Por
qué el hacker es una figura tan central en la propuesta política del Comité
Invisible? Vivimos rodeados cotidianamente de “cajas negras”: infraestucturas
opacas que constriñen nuestros posibilidades y nuestros gestos en un marco
preestablecido. Cuando encendemos un electrodoméstico, cuando pagamos la
factura del agua o la luz, cuando compramos en un supermercado... El
capitalismo no triunfa a diario porque tenga un discurso convincente, sino
porque nos tiene atrapados materialmente en sus cajas negras. El espíritu
hacker rompe el hechizo de un mundo naturalizado y normalizado, al que nos
adaptamos como podemos, revelando los funcionamientos, encontrando fallos,
inventando nuevos usos, etc. “El código es la ley” dice una máxima central de
la filosofía hacker. Es el código (técnico) y no la ley (política) quien define
la realidad: lo posible y lo imposible, las limitaciones y los potenciales,
etc. Los hackers tocan el código, es decir, lo que hay detrás de las
superficies a la vista; cacharrean y alteran las técnicas para ponerlas a su
servicio. Y esto no sólo para ellos, sino para todos.
3.
Pero
no se trata de sustituir a los “mil técnicos” de Trotsky por “mil hackers”.
Seguiríamos teniendo ahí una casta especializada, un saber separado y, por
tanto, un poder autonomizado de la colectividad. Lo que se precisa más bien (y
a lo que se parece un proceso revolucionario efectivo) es un devenir-hacker colectivo, de masas, sin
ingeniero-jefe. Es decir, la puesta en común de saberes que no son
opiniones sobre el mundo, sino posibilidades muy concretas de hacerlo y
deshacerlo. Saberes que son poderes. Poder de construir y de interrumpir, poder
de crear y de sabotear. Un devenir-hacker colectivo son miles de personas que
bloquean en tal punto neurálgico un megaproyecto de infraestructuras que
amenaza con devastar un territorio y sus formas de vida. Un devenir-hacker de
masas son miles de personas que construyen pequeñas ciudades, capaces de
reproducir la vida entera (alimentación, cuidado, estudio, comunicación, sueño,
etc.) durante semanas, en el corazón mismo de las grandes.
Esto
es lo que ocurrió en mayo de 2011 en la Puerta del Sol y en tantas otras plazas
de las ciudades españolas. El engarce de mil saberes-poderes distintos para
construir otro mundo dentro de este mundo. La autoorganización de la vida en
común, sin centro ni ingeniero-jefe, sino a partir de las necesidades
inmediatas que surgían, coordinando descentralizadamente los esfuerzos,
pensando mientras se hacía, lo que se hacía y desde lo que se hacía.
Politizando todo lo que el paradigma clásico de la política deja en la sombra:
la materialidad de la vida, aquello que designamos, desvinculándolo de lo
político, como lo “reproductivo”, lo “doméstico”, lo “económico”, la
“supervivencia” o la “ vida cotidiana” y que queda siempre fuera del espacio
público.
Si
el poder es “infraestructural”, se trata entonces de hackear las
infraestructuras existentes y/o de construir nuevas, articuladas con otros
prácticas vitales y otros mundos en marcha. Una socialización de saberes que no
toma necesariamente la forma de un “todos expertos en todo” (algo imposible y
no seguramente deseable), sino más bien de alianzas, contaminaciones y
conexiones. Las “maniobras invisibles” donde hoy se preparan los procesos
revolucionarios son todos los espacios donde se comparten riquezas, medios y
saberes, los hacklabs, los centros sociales, las escuelas de conocimientos
comunes y de contra-habilidades, los lugares de cacharreo, todos los puntos de
cruce entre técnicas y formas de vida disidentes.
Desde
su puesto de avanzada en Punta Masullo, el vigía sonríe.
***
Referencias
utilizadas:
Técnica
del golpe de Estado, Curzio Malaparte,
Editorial Ulises, 1931 Malaparte:
vidas y leyendas, Maurizio Serra, Tusquets, 2012
Pepitas
de Calabaza (de manera conjunta con Sur+ de México) anuncia la edición
castellana de A nuestros amigos para marzo-abril
de 2015 (la edición francesa apareció en La Fabrique en 2014).
Mientras,
del Comité Invisible puede leerse: Llamamiento (y otros fogonazos),
Acuarela Libros, 2008; y La insurrección que viene, Melusina, 2009
Gracias a los amigos
por los comentarios útiles para la escritura del texto: Carolina, Pepe, Álvaro,
Marc, Diego y Ema (en recuerdo de nuestro frustrado intento por entrar en la
casamata de Malaparte).
(c) Amador Fernández-Savater. Este texto puede
copiarse y distribuirse libremente, sin finalidades comerciales, siempre que se
mantenga esta nota.
[i] Este texto retoma y prolonga algunas notas sobre la naturaleza
“logística” del poder escritas por primera vez en una “reseña” del último libro
del Comité Invisible que se puede leer aquí: http://www.eldiario.es/interferencias/comite_invisible-revolucion_6_348975119.html
En su forma actual, el texto fue publicado por primera vez en el número 371 (mayo, 2015) de Arquitectura, la revista oficial del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (Madrid: ea! Ediciones de arquitectura). El viernes 26 de junio el texto se dicutirá en la sede del COAM (calle Hortaleza, 63) junto a Alida Díaz (del colectivo “En torno a la silla”) y de Manuel Pascual (Zuloark).
En su forma actual, el texto fue publicado por primera vez en el número 371 (mayo, 2015) de Arquitectura, la revista oficial del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (Madrid: ea! Ediciones de arquitectura). El viernes 26 de junio el texto se dicutirá en la sede del COAM (calle Hortaleza, 63) junto a Alida Díaz (del colectivo “En torno a la silla”) y de Manuel Pascual (Zuloark).