“Si se pasiva a los sectores populares, se los transforma en victimas”. Entrevista a Verónica Gago
por Pablo E. Chacón
/para Agencia Telam/
En La razón neoliberal.
Economías barrocas y pragmática popular (Tinta Limón Ediciones, 2014) la
ensayista explora los nuevos formatos que los sectores populares de la
Argentina usan para su subsistencia y su tiempo libre, y cómo hacen para
desplegar acciones colectivas sobre discursos habitualmente cooptados por
cierto individualismo contemporáneo que neutraliza esa potencia gregaria
transformándolos solo en objetos de consumo.
¿Podrías desarrollar
brevemente los fundamentos de la razón neoliberal, y si ese título intenta a
pretende discutir con la razón populista que teorizó Ernesto Laclau?
La razón neoliberal, como título, pretende conjugar dos
términos que no siempre van juntos para explicitar que hay una lógica de
despliegue y persistencia del neoliberalismo que no sólo se debe a que el
neoliberalismo es un monstruo frío -para parafrasear a Foucault hablando de
ciertas concepciones sobre el Estado- que se encarna en instituciones malvadas
(FMI, Banco Mundial, etc.), sino que se trata de una racionalidad, una forma de
hacer, de pensar, de calcular que se transversaliza, que se enraíza en los
territorios más diversos y que se arraiga en las subjetividades de todas las
clases sociales. Esto no implica, por supuesto, aplanar o alisar lo que el
neoliberalismo implica en cada contexto, en cada espacio y en cada momento
histórico. Pero sí exige una visión menos ingenua sobre la eficacia de un modo
de dominio que se hace fuerte a partir de usufructuar y explotar una tendencia
hacia la libertad, la autonomía y la interconexión y que sabe leer en clave
pragmática los ímpetus de singularización y progreso ya no sólo como
exclusividad de los sectores privilegiados.
Efectivamente es una discusión con la teoría de la razón
populista que si bien es muy importante para combatir aquellos prejuicios que
entienden la acción popular como irracional, tiene un problema fundamental
desde mi punto de vista y es que termina desplazando esa racionalidad a una
unidad discursiva, lingüística, a fin de cuentas fuertemente comunicacional. En
la razón populista, lo popular juega un papel como figura retórica, pero
ninguno en términos de invención y disputa de las formas de gobierno desde
abajo.
¿Por qué creés que los
discursos del emprendedor, la autoayuda, el self made man (o woman) han
prendido tanto en nuestras economías que -según entiendo- no habrían terminado
de mutar más que hasta un orden posliberal pero sin terminar de sacarse las
rémoras de esa organización social?
Lo que me parece más interesante es cómo esos discursos se
nutren de prácticas que fueron o que son dinámicas de autogestión y que tienen
un origen que no es el puro consuelo, la subsistencia o la receta de un
individualismo a la medida de cada quien. Por el contrario, en ellos podemos
ver en cierto modo la reversión, o la combinación desprolija y móvil, de un
impulso de autonomía, sólo que cuando es unilateralizado bajo su aspecto
empresarial se los percibe como desapegados de su trama colectiva, de su
significado político, de su capacidad de organización al costado de lo
institucional. Lo interesante es ver cómo esos discursos se ven arruinados,
desafiados y al mismo tiempo llevados más allá por prácticas de economías
populares. Son estas economías, desde mi punto de vista, las que muestran que
estas prácticas del emprendedorismo de masas no son sencillamente un modo de la
hegemonía neoliberal, sino una composición estratégica de elementos
microempresariales, con fórmulas de progreso popular, con capacidad de
negociación y disputa de recursos estatales y eficaces en la superposición de
vínculos de parentesco y de lealtad ligados al territorio así como formatos
contractuales no tradicionales. Esto, sin embargo, tiene una dimensión
conflictiva, no puramente adaptativa ni afín totalmente a la competencia
generalizada. Y esto se ve en las situaciones de conflictividades laborales y
en las resistencias a los modos de confinamiento y empobrecimiento de la vida
popular que atraviesan estos territorios y que ponen en disputa una cierta idea
de bienestar y de riqueza colectiva.
En este y otros
escritos, has trabajado fuertemente la cuestión de La Salada y otros modos de
producción al costado de la legalidad. ¿A eso llamás pragmática popular?
¿Podrás ampliar? ¿Qué fuerzas históricas pensás pueden estar permitiendo este
cauce, si es que tiene algún horizonte, o bien si ese horizonte es de escala
media?
Cuando hablo de pragmática popular el objetivo es poner el
énfasis en la experiencia de cómo se construye espacio, se conquista una
infraestructura para volverla vivible y cómo se la defiende. Esto incluye una
serie de apuestas políticas, de riesgos vitales, de conflictos cotidianos y
negociaciones complejas. Creo que es ese carácter experiencial lo que permite
ver una racionalidad que actúa y una estrategia propia, siempre contradictoria,
pero altamente efectiva. Por el contrario, cuando se pasiviza a los sectores
populares, más bien se los considera siempre víctimas: de la pobreza, de la
exclusión, de la incompetencia. Son formas que pueden asumir un tono
paternalista o moralizante, racista o persecutorio, pero siempre condena o
salva, discrimina o integra, y parte de poner distancia con unos otros que
deben ser gobernados, neutralizados o confinados.
¿Cuál es el papel que
cumpliría el narcotráfico y las diversas connivencias que hacen posible su
emergencia, más allá de considerar a ese fenómeno transnacional y empujado por
intereses muy poderosos?
El narco –con su prolífica forma de narcomenudeo- ofrece una
forma de acceso veloz al dinero que alimenta y dinamiza buena parte de las
economías formales e informales. La diferencia es el tipo de violencia que
genera en cada espacio. Por otro lado, el dinero proveniente del narco irriga
una dinámica creciente de consumo, que está sostenido desde arriba como un modo
de inclusión e impulsado por abajo por un dinamismo informal, capaz de agenciar
modalidades laborales heterogéneas y que justamente tienen la versatilidad de
componer piratería del asfalto y narcomenudeo, emprendimientos feriantes y
venta ambulante, cuentrapropismo informal y talleres clandestinos. La
regulación de esa frontera entre lo formal e informal la hacen las fuerzas
policiales (legales y paralegales); por eso mencionaba que el diferencial de
cómo circula el dinero del narco se materializa en formas completamente
distintas de violencia sobre los territorios, clasistamente segmentados.
Además, el narco funciona proveyendo fondos de inversión (para usar una imagen)
para los emprendimiento formales e informales. Sólo que cuando lo hace en el
mercado inmobiliario informal, por ejemplo, se traduce como violencia directa
sobre los ocupantes de tierras y el poder barrial que se organiza a su
alrededor. No es lo mismo que cuando financia torres de lujo en Puerto Madero.
Las villas, los
talleres textiles, el reciclado de basura, etcétera, ¿componen un nuevo sujeto
social que guarda lejanos rasgos de parentesco con el proletariado industrial
pero que arman otra estrategia de supervivencia?
Intento decir que las economías informales no pueden ser
pensadas sólo como una forma de desproletarización, de desaparición del trabajo
lisa y llanamente. Sino que muestran una radical mutación en lo que entendemos
por trabajo. En todo caso, lo que es importante pensar es el tipo de
explotación al que son sometidos todxs estos trabajadores y microemprendedores.
Pensar en términos de su explotación nos hace poner el foco en el valor que
producen y no, para volver a lo anterior, a su consideración sólo como víctimas
ni tampoco como los que quedan afuera. Por supuesto, el punto es entender cómo
hoy se intensifican y se pluralizan las formas de explotación, al mismo tiempo
que hay estrategias concretas para fugar de los dispositivos más brutales de
dominio y desposesión. Por eso, más que hablar de supervivencia (que siempre
tiene un eco residual), hay que prestar atención a los modos de vida que están
en juego, las formas de trabajo que producen valor de un modo que ya no
corresponde con la imagen del trabajador que se tenía hace algunas décadas, y
que relanza el desafío –a la vez que lo hace más complicado- de pensar en lo
que significa un sujeto colectivo, sus modos de organización, y las formas en
que está involucrado en un tipo nuevo de conflictividad social.