Mente abierta a la mutación
por Verónica Gago
Durante mucho tiempo, viví sobre pistas separadas. En el transcurso del
día, o de la semana, cambiaba de gorra. Cuando militaba, era marxista de
inspiración trotskista; cuando trabajaba, era freudo-lacaniano; cuando
reflexionaba, era grosso modo sartreano, pero de todas maneras todo eso no
pegaba muy bien junto”, cuenta Félix Guattari en una de las entrevistas que
componen el nuevo libro publicado por editorial Cactus: ¿Qué es la
ecosofía?
Un libro que es casi una “audiografía” porque se lo escucha mucho más
que se lo lee. Y eso es lo interesante: como en un disco, pasan las últimas
intervenciones del filósofo que saca cuentas con las “estaciones” de su
pensamiento, que –aun sin linealidad– van y vienen sobre el calor de las
“revoluciones moleculares” vinculadas al 68, los “años de invierno” de la
reacción de los 80 y la “ecosofía” como destello de una anunciada primavera, un
nuevo pliegue por venir.
Como señala el presentador y responsable de la edición, Stéphane Nadaud,
se puede ver en la forma misma del trabajo de Guattari el procedimiento de
“cortar-pegar” mucho antes de que existiera en nuestras computadoras. Como un
modo de proceder que se esmera por repetir, reformular, hacer pequeñas variaciones
para reincidir, con textos que van buscando su forma, su manera de construir
enlaces. Porque es claramente ese trabajo el que da cuerpo a la noción central:
la ecosofía es un encastre, un enlace, entre la ecología ambiental, la ecología
científica, la ecología económica, la ecología urbana y las ecologías social y
mental, pero “no para englobar todos esos abordajes ecológicos heterogéneos en
una misma ideología totalizante o totalitaria, sino para señalar por el
contrario la perspectiva de una elección ético-política de la diversidad, del
disenso creador, de la responsabilidad respecto de la diferencia y de la
alteridad”. Esa es la perspectiva con la que Guattari persigue objetos
ecosóficos: artefactos 4-D, capaz de articular al mismo tiempo las dimensiones
de flujo, máquina, valor y territorio existencial. Sea una cocina, un
psiquiátrico, una casa de cultura o una obra de arte, se trata de poner en
juego un pluralismo de los sistemas de valor y hacerlos maquinar.
La ecosofía no tiene nada que ver con eslóganes a la mano, como
desarrollo sustentable o con ideas ingenuas de una vuelta a un pasado
primordial; tampoco con la ideología verde capaz de ser deglutida por la
industria. La ecosofía, sobre todo, no es conservación sino un modo de apertura
a la mutación, al modo en que el devenir opera a partir de la movilización de
valores y deseos mientras lidia con el momento mismo en que el capitalismo toma
como objeto primero la producción de subjetividades.
Y ahí se puede dar un portazo (¡un método reivindicado por el ecósofo!).
Y entrar de lleno a otro libro, donde también se lo escucha a Guattari pero ya
como invitado a una de las clases de Gilles Deleuze durante 1986. En La
subjetivación. Curso sobre Foucault(también de editorial Cactus), Deleuze
trabaja sobre ese tercer pliegue de la obra de Foucault (después del poder y el
saber). El movimiento es magistral, deja oír la historia de la sexualidad, los
modos en que la Iglesia disputa las almas y los “sistemas de abatimiento” para,
finalmente, volver a encontrar líneas de verdadera fuga como pliegues de
subjetivación.
Y lo hace en tres pasos o movimientos. La subjetivación deriva de
relaciones de poder y de saber (“la subjetivación es una derivada”) pero puede
devenir independiente de ellas. De ahí la potencia de autonomía: el “eje
autónomo” (la fuerza que se pliega sobre la fuerza o el afecto de sí por sí
mismo). Esta es la posibilidad de pasar la línea del poder, franquearla. La
última preocupación que acorralaba a Foucault, según Deleuze. “Ahora ha
encontrado cómo salir: por la derivada, por la relación con uno mismo, por la
subjetivación”. Es la razón por la cual Foucault se dedica a los griegos y
desde donde detecta la amenaza, sus camuflajes y compromisos: “Que nuestra
subjetividad pase bajo el control y la dependencia de un poder, sea el poder de
los sacerdotes, el poder de la Iglesia, el poder del Estado. Pues el poder no
ha dejado de pretender apropiarse realmente de la subjetivación”.
Sin embargo, la conversación sube de tono: “la lucha no ha terminado”,
“se forman incansablemente nuevos modos de subjetivación, casi sin que se sepa,
a medias de manera inconsciente”. No paran entonces de aparecer nuevos modos de
subjetivación aquí y allá; los hay bellos, grotescos y terroríficos. Pero es
alrededor de los cortes históricos que se dibujan esos nuevos modos. El 68 es
uno de ellos: sobre el que Guattari tiene bastante que decir. Y Deleuze agrega
nombres que operan como antecedentes a la hora de pensar la subjetivación como
vector independiente, como praxis (algunos recién escapados de la dialéctica):
Lukács, Gramsci, Tronti, Adorno, Bloch. Y, aun antes, como ya se dijo, griegos
y cristianos. Ninguna subjetivación es estrictamente pasado. Todas siguen
trabajando: “Las subjetivaciones más anticuadas, las menos actuales, surgen
gracias a uno de nuestros gestos y cada uno de nosotros no deja de tomarse por
un griego o por un primer cristiano”. Y eso porque la subjetivación es siempre
pliegue de memoria. No pasa lo mismo con los poderes, que una vez que se
vuelven viejos pasan a un “olvido radical”.
La dinámica histórica de la subjetivación está marcada, entonces, por
una suerte de enjambre que se construye con los puntos de resistencia en cada
formación social y las redes bajo las cuales se intenta recapturarlos. La
pregunta actual es por los modos nuevos de subjetivación: “¿cómo se dejan
someter a las relaciones de poder, cómo resisten a las relaciones de poder?”.
Otra vez es la temporalización: cuando los nuevos modos de subjetivación no
logran encontrar duración, fijar su memoria, interferir en territorios
concretos, retoman el poder los viejos modos, con aristas más reaccionarias y
violentas (también a esa secuencia hay que volver para entender la Comuna de
París o la guerra de Argelia, el New Deal o el movimiento de mujeres).
Se desemboca así, como arrastrados por un viento, a la idea foucaultiana
de una problematización. Que es, ni más ni menos, que tres preguntas al hilo.
Una suerte de tríptico de análisis que, en el fondo, es un manual para
franquear la línea: 1) “¿qué puedo decir y qué puedo saber en la época en la
que estoy?”, 2) “¿cuál es mi poder y mi resistencia al poder?”, 3) “¿cuál es el
modo de mi subjetivación, de qué pliegues me rodeo?”.
Deleuze y Guattari, autores de ¿Qué es la filosofía?,
muestran en estos otros dos libros buena parte de la cocina de aquel, las
líneas de conexión, los enlaces y las transversales que para ambos, a fin de
cuentas, constituyen una forma de travesía a la que pliegan a Foucault. Y que
evoca aquella palabra-talismán que los despersonifica: se trata de un devenir
que apuesta a una velocidad capaz de despojarse de nombres propios.