La política de la ontología:
Posiciones antropológicas
Martin Holbraad, Morten Axel Pedersen y
Eduardo Viveiros de Castro[1]
(Traducción: Francisco Pazzarelli)
A
primera vista, "ontología" y "política" hacen una extraña
pareja. La ontología evoca la esencia, mientras que la política, tal y como los
ciudadanos modernos, democráticos y multiculturalistas tienden a entenderla, se
vincula con desacreditar esencias, afirmando en su lugar las capacidades de los
colectivos humanos para hacer mundos. Sin embargo, esa noción de una
construcción social de la realidad instancia [instantiates] una ontología particular, una muy poderosa -y nos
referimos a una políticamente poderosa. Mientras, como antropólogos estamos sintonizamos
con los "poderes de los débiles": con las muchas y complejas
conexiones, algunas de ellas crucialmente negativas,
entre las diferencias de poder (política) y los poderes de la diferencia
(ontología).
Con
el objetivo de una discusión, entonces, comenzamos con una distinción amplia entre
tres modos diferentes en los que ontología y política se encuentran
correlacionadas en ciencias sociales y disciplinas afines, cada uno asociado a recetas
metodológicas particulares, requerimientos analíticos y visiones morales: (1) el concepto filosófico tradicional
de ontología, donde la "política" toma la forma implícita de un
mandato para descubrir y diseminar una verdad única y absoluta acerca de cómo son las cosas; (2) la crítica sociológica de éste y
otros "esencialismos" que, desacreditando escépticamente todos los
proyectos ontológicos para revelar su insidiosa naturaleza política, termina
afirmando a la política crítica
de la desacreditación como su propia versión acerca de cómo deberían ser las cosas; y (3) el concepto antropológico de
ontología como multiplicidad de formas de existencia, accionada[2]
en prácticas concretas, donde la política se convierte en la provocación
no-escéptica de esa variedad de potenciales acerca de cómo las cosas podrían ser; lo que Elizabeth Povinelli (2012b), como
nosotros la entendemos, llama "el otro modo" [the otherwise].
¿Cómo
podría ese “otro modo” [the otherwise]
manifestarse etnográficamente? Tenemos que recordarnos a nosotros mismos que
las descripciones etnográficas, como todas las traducciones culturales,
implican necesariamente un elemento de transformación o incluso de
desfiguración. Es decir, cualquier análisis antropológico corresponde a una
"equivocación controlada" (Viveiros de Castro 2004) que, lejos de
cartografiar de forma transparente un orden social discreto o un todo cultural
en otro, depende de "malentendidos productivos" (Tsing 2005), más o
menos deliberados y reflexivos, para realizar sus traducciones y comparaciones,
no sólo entre diferentes contextos, realidades y escalas, sino también dentro
de ellos. En todo caso, esto es lo que distingue al giro ontológico de otras
orientaciones metodológicas y teóricas: no la dudosa suposición que le permite
a uno llevar a personas y cosas “más a serio” de lo que otros son capaces o
están dispuestos a hacer [1], sino la ambición, e idealmente la habilidad, de pasar a través de lo que estudiamos, así como cuando un artista provoca nuevos
modos a partir de las potencialidades [affordances]
que su material le permite desatar, liberando formas y fuerzas que dan acceso a
lo que puede llamarse el lado oscuro de las cosas.
Por
lo tanto, aunque el giro ontológico en antropología ha hecho del estudio de la
diferencia etnográfica o "alteridad" una de sus marcas, está menos
interesado en las diferencias entre cosas que dentro de ellas: la política de la ontología es la pregunta acerca
de cómo las personas y las cosas podrían diferir de sí mismas (Holbraad y Pedersen
2009; Pedersen 2012b). La ontología, tal y como entendemos la antropología, es
la deducción trascendental comparativa, etnográficamente fundada, del Ser (el
oxímoron es deliberado) tal y como difiere de sí mismo; en otras palabras, el ser-como-otro
como inmanente al ser-como-sí. La antropología de la ontología es antropología como
ontología; no la comparación de ontologías, sino la comparación como ontología.
De
esto se trata para nosotros el giro ontológico: es una tecnología de la descripción
(Pedersen 2012a) diseñada con la esperanza optimista (no-escéptica) de hacer
visible el otro modo [the otherwise],
experimentando con las potencias conceptuales [conceptual affordances] (Holbraad, en prensa) presentes en un determinado cuerpo de materiales
etnográficos. Enfatizamos que ese material puede ser trazado desde cualquier
lugar, en cualquier momento y por cualquier persona; no hay límites acerca de
cuáles prácticas, discursos y artefactos son susceptibles de análisis
ontológico. De hecho, la articulación de "lo que podría ser" implica
una peculiar postura no- o anti-normativa, que tiene profundas implicancias
políticas en varios sentidos.
Para
empezar, el hecho de presentar alternativas a declaraciones sobre qué
"es" o a imperativos acerca de qué "debe ser" es en sí
mismo un acto político; y uno radical en la medida en que rompe con el relativismo
simplista del mero reporte de posibilidades alternativas ("visiones del
mundo", etc.) y procede con valentía a ceder a lo "otro" [the otherwise] un peso ontológico
completo, con el fin de hacerlo viable
como una alternativa real. Por ejemplo, el relativista reporta que en tal
contexto etnográfico el tiempo es "cíclico", donde "el pasado siempre
está volviendo para convertirse en presente". Es una idea sugerente, sin
dudas. Pero en rigor, no tiene sentido. Ser
"pasado" es precisamente no
"volver al presente", por lo que el pasado que hace eso no es
propiamente un pasado (en el mismo sentido en que un soltero casado no es un
soltero). Por el contrario, como una especie de "turbo-relativista",
el antropólogo ontológicamente-orientado toma esa forma de e(qui)vocación como
punto de partida para un experimento etnográficamente controlado con el propio
concepto de tiempo, reconceptualizando "pasado",
"presente", "ser", etc., de forma de hacer del "tiempo
cíclico" un modo real de existencia. En este hipotético experimento del
“podría ser”, el énfasis está tanto en "ser" como en
"podría": "Imagine un tiempo cíclico!", se maravilla el
relativista; "Sí, y esto es lo que
podría ser!", responde el
antropólogo ontológico.
Por
otra parte, cuando tales experimentaciones "ontográficas" (Holbraad
2012) se precipitan gracias a exposiciones etnográficas de personas cuyas vidas
están, de una manera u otra, contra los órdenes hegemónicos reinantes (estado,
imperio y mercado, en su mezclas siempre volátiles y violentas), entonces la
política de la ontología resuena en sus fibras más íntimas junto a la política
de los pueblos que la ocasionan. En tal caso, la política del análisis
antropológico ontológicamente-orientado no es sólo lógicamente dependiente, sino
internamente constituida y moralmente imbricada con la dinámica política en la
que están involucradas las personas que el antropólogo estudia, incluyendo las
posturas políticas que esas mismas personas podrían tomar sobre la, no menos
importante, cuestión de lo que la propia política "podría ser".
De
hecho, uno de los lemas más frecuentemente citados (y criticados) del giro
ontológico en antropología es el famoso "la antropología es la ciencia de
la auto-determinación ontológica de los pueblos del mundo" y su corolario,
a saber, que la misión de la disciplina es la de promover la
"descolonización permanente del pensamiento" (Viveiros de Castro
2009; para una versión anterior del argumento, ver Viveiros de Castro 2013
[2002]). En este sentido, el primer (e improductivo) malentendido que debe ser
disipado es la idea de que esta afirmación equivale a luchar por los derechos
de los pueblos indígenas, de cara a las potencias mundiales. Uno no necesita demasiada
antropología para unirse a la lucha contra la dominación política y la
explotación económica de los pueblos indígenas del mundo. Debería ser
suficiente con ser una persona medianamente informada y razonablemente decente.
Por el contrario, ninguna cantidad de relativismo antropológico ni ningún tipo
de anticuado escepticismo profesional puede servir de excusa para no unirse a esa lucha.
En
segundo lugar, la idea de una autodeterminación ontológica de los pueblos no
debe ser confundida con apoyar la esencialización étnica, con algún
primordialismo Blut und Boden o con otras
formas de realismo sociocultural. Significa devolver lo ontológico a "la
gente" y no la gente a "lo ontológico". La política de la ontología
como la autodeterminación del otro es la ontología de la política como la
descolonización de todo pensamiento de
cara a otro pensamiento -pensar en el propio pensamiento como "siempre
listo" en relación con el pensamiento de los otros.
En
tercer lugar, la idea de la autodeterminación del otro significa que un
principio fundamental de la ética epistemológica del antropólogo debe ser el de
siempre dejar una salida para las
personas que se está describiendo. No explicar demasiado, no intentar
actualizar las posibilidades inmanentes del pensamiento de los otros, sino esforzarse
por mantenerlos indefinidamente como posibles (esto es lo que significa
"permanente" en la frase "la descolonización permanente del pensamiento");
tampoco descartarlos como fantasías de otros, ni fantasear que pueden ganar la
misma realidad para uno. No lo harán. No "como tales", por lo menos;
sólo como-otro. La autodeterminación
del otro es la otra-determinación del self.
Esto
nos lleva a un punto final con respecto a la promesa política sostenida por los
enfoques ontológicamente-orientados en antropología y disciplinas afines; a
saber, que esta promesa puede ser concebida, no sólo en relación con su grado de
afinidad con determinados objetivos políticos (incluso promoviéndolos
activamente), ni con la permanente necesidad de una crítica al Estado y a las
vueltas de pensamiento que la sustentan, sino también en relación a su
capacidad de accionar una forma de política que esté implicada en su propio
funcionamiento. Concebido de este modo, el giro ontológico no es tanto un medio
para fines políticos externamente definidos, sino un fin político por derecho
propio. Retomando, de cierta forma, los debates sobre la eficacia política de
la vida intelectual (por ejemplo, la postura ambivalente de la intelligentsia
marxista frente al llamado a la militancia política de los Partidos Comunistas en
el siglo XX -Adorno, Sartre, Magritte, etc.), la cuestión es si los análisis
ontológicamente-orientados tornan política su propia forma de pensamiento, de
manera que "ser político" deviene una propiedad inmanente del propio modo
de pensamiento antropológico. Si es así, entonces la política de la ontografía
reside no sólo en las maneras en que puede ayudar a promover ciertos futuros,
sino también en la forma en que “figura” [“figurates”]
el futuro (Krøijer, en prensa) al
momento de accionarlo.
La
premisa principal de tal argumento podría rayar en un apodicidad tipo cogito (sensu Husserl): pensar es diferir. Aquí, un pensamiento que no hace ninguna
diferencia para sí mismo no es un pensamiento: los pensamientos toman la forma
de movimientos desde una "posición" a otra, por lo que si tal
movimiento no ha tenido lugar, ningún pensamiento ha tenido lugar tampoco. Notemos
que esto no se trata de un credo ontológico (comparar con el reciente
"principio óntico" [“ontic
principle”] de Levi Bryant [2011], que es bastante similar, pero moldeado
en la clave filosófica de la reivindicación metafísica). Más bien se ofrece como
una declaración de la forma lógica de pensamiento (una fenomenología, en el
sentido de Simon Critchley de (2012, 55), que es, por otra parte, apodíctica en
la medida en que se instancia a sí misma en su propia expresión. La premisa
menor sería, entonces, la (más discutible) idea de que diferir es en sí mismo un acto político. Esto nos exigiría aceptar
que nociones “políticas” no-controversiales como poder, dominación o autoridad
son posturas relativas hacia la posibilidad de la diferencia y de su control.
Para decirlo de manera muy directa (crudamente, sin duda), la dominación es una
cuestión de mantener la capacidad de diferir bajo control, de poner límites a
la alteridad y por lo tanto, ipso facto (y por implicación interna a la premisa
anterior de pensar-es-diferir) también al pensamiento.
Si
se aceptan estas dos premisas, un cierto tipo de política deviene inmanente al giro
ontológico. Pues si es correcto decir que el giro ontológico "gira",
precisamente, sobre la transmutación recursiva de exposiciones etnográficas en
formas de creatividad y experimentación conceptual, entonces una antropología
de inflexión ontológica está permanentemente orientada hacia la producción de
diferencia o "alteridad”. Independientemente (en este nivel de análisis)
de los objetivos políticos a los que se pueda prestar, la antropología es ontológicamente política en la medida en
que su funcionamiento presupone, en un intento experimental de
"hacer", la diferencia como tal. Se trata de una antropología
constitutivamente antiautoritaria, haciendo de eso su tarea para generar
ventajas alternativas a partir de las cuales las formas establecidas de
pensamiento sean puestas bajo la presión implacable de la propia alteridad,
siendo tal vez alteradas. Incluso se podría llamar a este esfuerzo intelectual
revolucionario, si por ello entendemos una revolución que es
"permanente" en el sentido que propusimos anteriormente: la política
de sostener indefinidamente lo posible, el "podría ser".
Notas
[1]
Aunque uno podría argumentar, indiscutiblemente, que llevar a serio otras
ontologías es precisamente trazar las implicaciones políticas de cómo las cosas
podrían ser para "nosotros", dado cómo están las cosas para esos
"otros" que toman estas otras ontologías seriamente, como una cuestión de hecho.
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[1] Texto original: Holbraad, Martin, Pedersen, Morten Axel and Viveiros de Castro, Eduardo:
"The Politics of Ontology: Anthropological Positions." Fieldsights - Theorizing the Contemporary,
Cultural Anthropology Online, January 13, 2014. http://culanth.org/fieldsights/462-the-politics-of-ontology-anthropological-positions
[2] NdT: hemos traducido
el verbo “to enact” como “accionar”; para traducir “the otherwise” elegimos “el
otro modo” o “el otro”, dejando siempre entre corchetes el concepto original.