La alegría humillante // Lucas Paulinovich
La desactivación de los
programas nacionales inclusivos y la limpieza de empleado públicos, muchos de
los que ejercían funciones claves en políticas de intervención social directa,
va dando forma al estado moderno del gobierno de Cambiemos. Una sustitución del
papelerío: las obligaciones administrativas surgidas con las políticas que
amplían derechos, son vistas como cargas burocráticas. El estado tiene que
hacerse liviano, ágil, eficiente, lo sabemos, un hábil articulador con oenegés
para que realicen el trabajo asistencial.
La cercanía es para cuidar,
normativa. Nada del estado en el territorio produciendo nuevas relaciones. Contención
benefactora de organizaciones no gubernamentales, sin politicidad reconocida, privadas.
Meros agentes en la circulación del dinero, no solo por su vínculo estrecho con
el lavado de activos, la desviación de fondos y las maniobras de
reducción/evasión de impuestos, sino en tanto aportan fluidez al circuito,
permiten el capital siga girando. Versión careta del filantropocapitalismo, simpáticos
y compasivos, haciendo saber lo bien que hace ayudar. La circulación alternativa
de las oenegés es reinversión del sistema financiero, una gran olla que cocina
el humanismo globalista/securitista.
Son otros efectos del 2001, vueltos
a leer. La politicidad conciente, ideológica, conflictiva, con su lenguaje y
pedagogía militante, lo vimos, tuvo poco que hacer ante la apelación a esa otra
politicidad, orgánica, surgida del mero hecho de existir en una comunidad, que
se anuncia como superadora de toda crisis. El Pro asimiló esas politicidades,
quita la carga de conciencia, el agotamiento de la exigencia militante, y
recupera el componente afectivo, ese simple formar parte, aprogramático, de
puro voluntarismo. Las políticas inclusivas ahora viran en políticas de
adecuación, acomodarse a las circunstancias, no problematizar.
La inconsistencia discursiva
de su militancia, aún durante la campaña, sin saber bien cuáles eran los ejes
específicos de su propuesta, las medidas concretas que tomarían, solo un estar
mejor, vivir en paz, salir adelante, es una seña de ese acuerdo ciudadano: para
formular los planes de gobierno, hay especialistas, el esfuerzo común es de
optimismo para que salga bien. No hay encuadramiento, solo adhesión
simpatizante: compatibilidad de formas de existencia. Todos queremos vivir
bien, no hay que dejarlos solos. Macri, a diferencia de Cristina, no deslumbra
como cuadro ni legitima su autoridad en su formación, su argumentación, su
retórica o capacidad de conducción, es evidente, sino que se iguala como persona,
se pone en pie de simetría y produce empatía.
El propio presidente se
asume desconocedor. No sabe qué hacer, por eso pide ayuda. Tiene un equipo de
especialistas. Puro antiintelectualismo Pro, no solo de sabotaje y
desfinanciamiento de la cultura e imposición de lo mercantil en toda relación
creativa/creadora: puede rastrearse una humillación gnoseológica básica, no
saber y no querer saber, el temor al conocimiento. El saber es tecnológico –know how-. Tiene fines precisos,
objetivos inmediatos, la búsqueda de soluciones efectivas, un saber para
ejecutivos. Se aprende rápido para poder trabajar, entrar al sistema. Las
empresas generan cursos, compactan conocimientos y los ofrecen. Cómo hacer,
cómo ganar, dónde ir. La educación sigue al corporativismo más allá de los
aportes que hacen las multinacionales a las escuelas y universidades. Se trata
de una nueva dimensión utilitaria, menos ligada a un funcionamiento práctico-material,
que al flujo de valor en la esfera virtual de los intercambios.
La política es un
saber-hacer. Ahí están los que actúan. Es una telenovela que reduce la elección
democrática a una dicotomía de simpatía/antipatía con los personajes, simple
emotividad, canje de praxis política por práctica de consumo, elección en un
presente absoluto entre los productos que ofrece el mercado. El acto
democrático anclado en una elección privada, cada uno compra lo que quiere. En
ese sentido, Cambiemos supo identificar las demandas, nombrarlas, elaborar
productos y venderlos con método de autoayuda: generalizaciones abstractas,
donde todos quedan incluidos, y centralidad de las vivencias actuales, presente
sin historia, lanzado hacia adelante, a cambio de la experiencia subjetiva,
arraigada al devenir histórico, demasiado sucia de política. Pócima contra el
terror, de prime time, garantía de
rating.
La
lucha por la vida
Los que quedan afuera de los
cargos gerenciales, la toma de decisiones, pueden prescindir del saber. No lo
necesitan, no hace falta. Son coletazos del “no te metás”, esto no lo
preguntes, de aquello despreocúpate, la pisada de horror y pasividad hundida en
la tierra misma de la democracia argentina. Que hagan los preparados, de buen
curriculum. La inseguridad no puede entenderse solo como temor al delito, el
miedo a la lesión de la integridad física o la vulneración callejera, de cara a
todos. El humillado no quiere que lo humille otro humillado. La inseguridad se
compensa con el fanatismo de la tranquilidad, las sensaciones leves, no
conmocionantes. De ese pesimismo resignado, el miedo a saber, mejor no hablar
de ciertas cosas y el andar con cuidado, se sirve el antiintelectualismo del
equipo de gobierno. La ineficacia del argumento político, racional, ante el
aliento emotivo a la alegría es un síntoma de eso que carburó en silencio y que
está en la base del consenso amplio a favor de la desñoquización y la
represión.
No importan tanto las
instituciones republicanas y la salubridad del poder adquisitivo cuando lo que
se pone en juego es la vida misma, cuando entra en valor esa inseguridad vital.
La distancia, el desconocimiento, la nebulosa de fuerzas que opera sobre cada
uno, engendra terror. La ilegitimidad de lo político se reconvierte en
confianza en la racionalidad empresarial, lo privado es la salvación de lo
público, su evolución última. Los que están ahí hicieron funcionar lo suyo,
demostraron, cumplieron. Y se conoce para saber funcionar en el juego, ganar la
partida. Las ilegalidades están aceptadas, con sus propias reglas y condiciones
de uso.
Del otro lado quedan los
subalternos, humillados. La ilegalidad prohibida, objeto de represión. No
pudieron entrar, no llegaron. Un humillado tiene dos opciones: o acepta su
condición y se entrega a cambio de ayuda; o intenta sortear todos los
obstáculos que se le interpone, se hace buen alumno, aprende, se desarrolla y
alcanza uno de los puestos donde se decide algo. Sentarse y decidir, aunque sea
el pase a disponibilidad de otros humillados, es un acto de resucitación. En
eso también se aprecia el odio a los que se rebelan, los inconstantes, pura
potencia caótica, imprevisibles, que revuelven, que la agitan. El protocolo de
intervención en las protestas institucionaliza esa pauta de autoridad, quién
manda y quién obedece, cuál es el “espacio de negociación”. El fundamento de
autoridad no entra en discusión, no hay conflicto político, intereses concretos
en contradicción, el estado se reconoce en la legitimidad de los ganadores. Por
eso y desde ahí se propone negociar, contener los excesos: asigna un margen para
la discusión, planta soberanía, establece los límites para el ejercicio de un
derecho. Limitar la manifestación, contener y controlar, “todos saben a qué
atenerse”.
El
orden nuevo
Ese nuevo paradigma de orden
desconoce la participación popular como asiento de lo político. Hay que ordenar
el caos, capturarlo y manejarlo. Lo político es la gestión de esa complejidad,
conseguir el mínimo de adversidad para la fluidez. Ese fondo extractivo explica
el autoritarismo del gobierno, el manoseo a los docentes, las extorsiones a los
sindicatos y las amenazas no tan veladas: no se trata solo de provocar a la
militancia, buscar una reacción que justifique el endurecimiento de las
acciones, sino de una simple demostración de poder. La afirmación del nuevo
paradigma de gobierno, toda una reorganización en el contenido de las
instituciones democráticas.
Ante la entronización del
saber humillante, que calla, relega, selecciona, la búsqueda del no-saber, como
negatividad, adquiere un papel insurgente –por eso criminalizado-: abre nuevos
espacios, frentes de incertidumbre, prácticas revoltosas no gobernadas por la
lógica tecnocrática. Instintos de vínculos y formas de hacer que inventan otra
calidad de las presencias, están de otra manera. No tienen identidad, no pueden
ser contenidos con los lenguajes establecidos, se escapan, no se dejan modelar,
definir, conceptualizar. Hay que “aislar e identificar”. Están en permanente
dinámica, ritmo de lo vital. Son parte central de “lo indeterminado” que llevó
a la victoria de Macri en las urnas. Los actores que concentran novedad, intuición,
creación, fuerza en expansión. Figuras que operan en el trasfondo de la escena
política, reflejos por detrás de las grandes discusiones y definiciones. Son ese
caos que inquieta a todos.
El intento de normalización
busca uniformizar, previsibilidad. Hay técnicas de manejo para lograr la
estabilidad, se estandariza la relación de estímulo-efecto, se normalizan las
intensidades vitales, elabora una moral de variables limitadas de lo ambiguo,
lo ambivalente, un gran supermercado de comportamientos, de ondas. Es el
privilegio del heredero/niño prodigio. La mayoría entra al juego ya derrotado,
tiene que conseguir los avales, ganar los premios o hallarse en una moda
exitosa. Se ingresa con el estigma de la inferioridad, hay que dejarse humillar
para ser reconocido por los que ya ganaron algo. El premio vale más que la vida
que lo produce.
Cambiemos supo captar esas
sensibilidades que componen la mayoría silenciosa en busca de consuelo y
revancha. Hartos, cansados, impedidos. Odiando todo lo convulsivo, lo que mete
miedo y pone en peligro los premios. Hay una historia salvaje que intimida a
los humillados. En el pedido de tranquilidad no entran las consideraciones ideológicas,
la formación política, la doctrina ni las retóricas alineadas, es una necesidad
agresiva y violenta como la fuerza aterradora ante la que se enfrenta. La
historia moderna de los gerentes identifica ese salvajismo de los bastardos,
los que no se ganan su derecho y actúa en consecuencia.
De ahí surge otra vez la
armonía cómplice entre el poder ejecutivo, sus representantes parlamentarios,
los miembros de la familia judicial y las fuerzas de seguridad. Tienen un mismo
objetivo, pueden acordar procesos. Si bien la base legal que dejó el
kirchnerismo y los antecedentes de Sergio Berni en la secretaría de Seguridad
son un territorio fértil para la sanción de leyes y la adopción de medidas que
endurezcan el perfil represivo, ahora es el poder ejecutivo el que se pone al
frente de la avanzada antiterrorista, es una decisión política desmontar todo
el armazón institucional de protección de los derechos humanos construido la
última década y acelerar la cacería de todo lo que excede.
Es el anverso/reverso de los
valores centrales de la gran clase media expandida, esa mayoría silenciosa que
sostuvo la implantación asesina de los militares, que calló los desfalcos y el
despilfarro hasta que se quedó afuera y se sumó a los sectores que venían
movilizándose, piquete y cacerola, la lucha era una sola. No es casual que la
revolución de la alegría llegara justo cuando comenzaban a avanzar las
investigaciones sobre la complicidad civil en la última dictadura militar, merodea
esa pregunta, espiral de influencias que se ensancha y alcanza la cotidianidad
misma de la indiferencia y el servilismo anónimo, la angustia y el aburrimiento.
Esos humillados vuelcan su
fe aterrada en los herederos o prodigios de esas mismas firmas que empezaron a
poblar los expedientes judiciales. El diálogo, el optimismo, la alegría y la
unidad de todos los argentinos están plagados de gestos, guiños y alusiones que
componen su reverso odioso. Esas apelaciones eran una contraseña, una conjura
del marketing contra todo ese terror proyectado, esas figuras espantosas que
dejan visible toda la miseria engendrada, toda la zozobra que los sumerge en su
condición de humillados, todos compartiendo una vivencia redentora, la calle no
es caos y la televisión está entretenida, salir a comprar, nueva era de la
boludez.
Y la policía a libre
discreción, la orden es actuar, cualquiera de los recursos de la protesta puede
ser flagrancia, todo es motivo para abrir una causa, averiguar antecedentes,
intervenir sin resolución judicial. El pañuelo, las ramas, la pirotecnia, las
gorras, el torso desnudo, las banderas, el aliento, es simbología ligada al
terror. Pura intuición represiva. Todo se hace para prevenir la comisión de un
delito, y el delito es protestar, no estar alegre con tanta oferta.
La
arbitrariedad de lo precario
La precariedad es una
arbitrariedad, se impone en todos los registros vitales, todos los ámbitos,
prácticas, hábitos, deseos y relaciones, es el modo mismo en que se construyen
los vínculos que se establecen en el ejercicio cotidiano. Moral unidireccional,
de dimensión circular, financiera. Y cada uno es inexcusable ante esa
precariedad. La arbitrariedad es una condición, no se puede renunciar. Pero no
todos aceptan vivir según una única forma de relacionarse con la materia.
Cambiemos fue promesa de tranquilidad publicada en lo más cercano de las
experiencias cotidianas, una seguro de neutralización para fuerzas distorsivas,
problemáticas. Un registro del futuro en acumulación, la mejora, la felicidad
como el ansia definitiva, de eso se trata la revolución de la alegría.
Es alto el objetivo,
ambicioso, y es demandante el trayecto. Prima el resultadismo: no importan los
términos de la relación, importa su efectividad, conseguir el objetivo,
transacción terminada. De eso se desprende una épica corporativa que es
ritualizada desde los medios concentrados, la industria del espectáculo, una
oda al esfuerzo dirigencial en la negociación, la prepotencia del patrón. El
hábil ministro domesticando buitres, convirtiéndolos en acreedores y pagándole
todo lo que desean. Lo político se privatiza, es la administración de la
complejidad, controlar y extraer beneficios, gestionar recursos. Se despoja de
los cuerpos que producen, se desmaterializa, determinada en la esfera virtual
del valor, sin experiencia de fuerzas materiales, sin vidas que se gestan.
Tiende a la computarización,
reducción al mínimo virtual, binarismo, negación de la materia: todas las
empresas corporativas se sumaron al fervor modernizador e iniciaron
reestructuraciones, reemplazaron mano de obra, automatizan, excluyen, generan
residuos para los tratamientos de reciclaje o eliminación. Todas las relaciones
interpersonales se reconfiguran bajo esa modernización autoritaria: todos son
mandados a trabajar, a padecer los mismos males, sufrir las mismas
humillaciones, resignarse de la misma manera. La rebeldía es un asunto que se
tramita en la esfera del consumo, ese es el paraíso de libertades.
Si el asunto es no
problematizar, rechazar el conflicto, lo vital se reseca, se vuelve rígido. El
cuerpo no es lugar de lo político. La intimidad es toda privada, un refugio
amenazado. Hay un mandato estético, de la imagen personal, el caretaje, que es
soldadura de los deseos represivos o directamente asesinos de esa mayoría
silenciosa. El consenso manodurista se afirma en esa moral estética que
habilita la selectividad. Es una clave para acceder al eje del acuerdo generalizado
por el sacrificio que alcanza a los sectores medios asalariados, los barrios
populares, la clase media expandida, el amplio registro de los humillados. Hay
derecho adquirido en el desprecio. El resultado se produce en un presente por
fuera de la historia, no hay procesos, derivaciones, complejidades, un momento
donde los ganadores, ganan. En toda competencia, siempre alguien pierde.
Ese financierismo elemental
es el que mide al estado por la tasa de ganancia inmediata, los flujos de
circulación del capital, y no por el desarrollo del conjunto de fuerzas
sociales que lo integran, que viven en el territorio. Esa temporalidad extractiva/financiera,
el intercambio de dependencias, es la del estado y el bloque agroexportador,
las desregulaciones y el retaceo de liquidación como forma de presión. Y está
en los hábitos primarios de las relaciones interpersonales, esa superficie de
inestabilidades sobre las que se despliegan las vidas. Aterradas de sí mismas,
odiando por fuera todo lo que odian en ellas. O asumiendo esa potencia,
sumándose y escalando posiciones. Los mundos nuevos no son posibles, la utopía
es unidireccional.