El viaje como única formación política // Diego Valeriano
Dos imágenes. 1) Los militantes
movilizan. El cristinismo en el centro de la escena con una movilización donde
ya no hay nada nuevo, imágenes guionadas, dedos en v, enojos obvios, la nena de
8 con el cartelito posando para las miles de fotos, el amor a la jefa, postear
en Facebook, volver a casa. 2) Un senegalés arroja por los aires a un policía,
una explosión permanente de capacidad política ninguneada por los que hablan de
la política, los 400 mangos que hoy no ganó, una piba con el carrito lleno de
corpiños que no desplegó, la amenaza real de volver a pasarla mal. Una
ampliación constante del campo de batalla. Seguir deambulando sin tener a donde
volver.
El viaje como única formación
política. Pura reflexión, acción y templanza. Barcos, trenes, bondis, remises
destartalados que aceptan cualquier forma de pago, viajes eternos en moto
jugándotela en cada esquina. Miles de cuadras, kilómetros, recuerdos. Hacer la
vida donde se va estando. Pensar tácticas y estrategias. Deambular es dinámico,
fértil, potente.
Esperar el tren, el bondi, esperar
llegar a tiempo. Caminar hasta la estación acechada por los perros, los
imbéciles, los miedos. Piba, extranjero, loco, doña haciendo tortillas, guachín
abierto al mundo. Forjar una acción política destituyente, resistente y
arbitraria con un deambular.
Transformar las ciudades, los
mercados. Los paseos, el orden lógico de la cultura. Aguantarla siempre. Viajar
al consumo mientras se va haciendo la vida. Hacer volar por el aire
absolutamente todo. Volver en ese mismo viaje a la fiesta, con el bolsillo
lleno, el cuerpo ajado y una convicción incierta, silenciosa y latente.