Un mundo sin trabajadores // Lucas Paulinovich


Una, dos, tres, cuatro marchas en cinco meses. Antes las reuniones en parques y plazas, un principio de movilización catártica, desarticulada, sin motivo firme y unificador. También los paros y marchas sectoriales, carnavales, festivales, foros y asambleas abiertas. Estuvieron, desde el primer día del gobierno de Macri, hubo agitación. Continuaciones, instancias de confluencia de agitaciones previas, momentos de “sinceramiento” por parte de aquellos que meses atrás las negaban cómo demonios implantados por los medios manipuladores, y ahora se encontraban sufriendo sus consecuencias, asumiendo ese agite como síntoma de la degradación a la que se ingresa.

Entonces, 24 de marzo, Comodoro Py, 29A y universidad pública. Cuatro imágenes, cuatro multitudes en las calles, viejo escenario de luchas lentamente reconvertido. El 24 de marzo de cara a Obama fue una recuperación emotiva, movilización de afectos, desfosilización, reactivación, un primer intento por salir de la parálisis y la obviedad; Comodoro Py, en parte reencuentro y reacomodamiento, reorganización de discusiones y de construcción; 29A respuesta sindical, Cristina no los había mencionado, ellos aparecen ahí, una demostración del poder sindical, pero también un efecto del anquilosamiento dirigencial y la presión de las bases; la universitaria, fusión de estudiantes y docentes en defensa de lo público y del trabajo, convocatoria nacional, marcha central y actividades desdobladas por todos los ámbitos, en las aulas, en las calles, en las plazas, como si se tratara de una síntesis de las anteriores.

Los afectados se encuentran y actúan. Es en el plano del malestar donde se dan las primeras alianzas. La movilización callejera permite una conjugación política, la aparición de consignas que engloban a las partes convocadas, que sintetizan, pero no definen ejes programáticos. Pero sí hubo elementos constantes. El trabajo está ahí, en todas, como centro articulador. Ñoquis, precarizados, sindicalizados, tercerizados, degradados, privatizados, vaciados, aislados, las marchas se fueron concatenando en un registro que tiene en la disputa del capital y el trabajo su punto de inflexión.

Un mundo sin explotados

Durante la discusión de la ley para frenar despidos, solo el sindicalismo y parte de la oposición resaltó el papel del trabajo. Para el gobierno, hay un único actor económico: el inversor. La utopía neoliberal imagina un mundo sin trabajadores. Pura logística en función de la reproducción infinita. La producción es desplazada por las finanzas: no importa qué se produce, su materialidad, sino el modo de instrumentación para generar valor. Extraer algo, donde se pueda. El trabajo aporta valor. El capital es una máquina que lo necesita: o succiona directamente el potencial de la mano de obra, o lo pone a circular en sus instancias de mayor sofisticación, para que produzca información y genere más valorización. El neoliberalismo es estimulante: optimización y fluidez.

La producción es una etapa subsidiaria de la apuesta financiera, por eso el trabajo es apropiado por el apostador. Todo lo que huele a producción, Cambiemos lo tiene ligado al factor radical. De ahí sus tensiones internas, su marco de alianzas siempre a punto de quebrarse. No es solo un distingo ideológico, si fuera así, el consenso de Cambiemos posiblemente lograría mayor uniformidad. La diferencia es de matriz: el empresariado financiero que encabeza el proyecto modernizador no logra asimilar todavía los restos de arraigo productivo de la argentina. El sueño de las commodities –valor financiero- termina cuando llueve, los campos se inundan y se descubre, otra vez, que la soja es un grano y que sale de la tierra. La eliminación del trabajo es la reducción al mínimo de la dependencia productiva en la generación de riqueza. Que el paso de la economía a las finanzas no sea solo una cuestión de nombre ministerial.

Algo de eso empezó a despuntar durante el conflicto agropecuario del 2008: en la ruta estaban los patrones, chacareros, productores, dueños de estancia, tenedores de acciones. No había mano de obra, no estaban los peones. El trabajo eran ellos. Trabajo es invertir, asumir riesgos. El conflicto del campo-agronegocio logró despojar el trabajo a los sectores que efectivamente llevan a cabo la práctica productiva. El trabajo quedó confinado en la intencionalidad inversora.

La recuperación de la dimensión material-concreta del trabajo jugará un papel clave en el desenvolvimiento del conflicto. La ñoquización, la limpieza de oficinas públicas y privadas, tiene como objetivo una reconfiguración de su estructura. Está en crisis la cultura del trabajo, lo dijo el presidente. Hubo demasiados derechos concentrados en la mano de obra que permitía un grado de autonomía inédito en las negociaciones. Los derechos se adquieren, no se tienen. Ese límite debe correrse a fuerza de achicamiento de salarios e incremento de la tasa de desempleo, plataforma ortodoxa neoliberal sobre la que pivotean las novedades. La erosión de la fuerza del trabajo es una política orgánica del programa económico del gobierno. Las nuevas tecnologías permitirán ir reemplazando los oficios inútiles –cada vez serán más, cada vez serán todos- hasta conformar una estructura laboral de gestión pura, sin intervención humana, con un margen de error y desviación mínimo, solo información fluyendo en un circuito perfeccionado.

La mano de obra se miserabiliza. Escalón último, nivel estancado. La jerarquización toma distintas velocidades: tanto más rápido se logran los ascensos, cuanto más alto se está en la escala. Más acceso a acreditaciones, objetivos cumplidos. Educación y trabajo se unen, el 29A y la marcha universitaria son una. La mano de obra, en la lógica de la inversión, queda encerrada en su propio círculo: limpia lo que vuelve a ensuciarse, nada más que instrumentalidad técnica, un cúmulo de habilidades motrices, que no se transforman en acumulación de información valiosa, nunca se vuelven capacidades. Cumplir la tarea es darle impulso al giro, mayor eficiencia, buen servidor. El modelo McDonalds de explotación y felicidad, es una promesa de transitoriedad. El primer empleo joven, golpe de información sobre el trabajo, adquisición del básico de capital para luego seguir apostando. Para que salga, hay que optimizarse, realizarse, explotarse a sí mismo. O caer a tareas más degradantes, por débil, por inepto, por merecedor de lo bajo. El trabajo chatarra tiene un componente pedagógico, formativo, meritocrático. El mundo, por fin, no tendrá trabajadores.

Un mundo sin tristezas

El problema es la falta de inversión. No se discuten tasas de ganancia de las empresas. Panamá Papers como escenografía: dinámica de la fuga de divisas y extorsión por endeudamiento (toma de crédito y pago de intereses) con los mismos bancos que ganaron casi un 80% más interanual. Buitres haciendo negocios. El reemplazo de la carrera laboral por las tareas por objetivo recompone el mapa del trabajo: se acortan los tiempos, se desintegran los esquemas de trabajo tradicionales e impiden la elaboración de una narrativa estratégica. No se puede dar cuenta de la realidad. Segmentación de las capacitaciones, jerarquías con dinámicas variables, cursos de especialización, siempre pagos. Equipos transitorios, ningún vínculo durable, eficiencia y rapidez. La precarización es la contracara de la tecnificación: mano de obra para actividades de menor exigencia formativa, bajo condiciones de degradación y explotación. Después la carrera: competencia y perfeccionamiento. Búsqueda de un mínimo de empleo miserabilizado en tareas todavía irremplazables por máquinas, hombres-robots.

Entre los movilizados, posiblemente, había votos de Cambiemos. Eso redimensiona la contundencia y los efectos de estas marchas. Pueden raspar la carcasa de adhesiones que el gobierno esgrimió para pedir tiempo y paciencia. Se desgrana el porcentaje recibido en el balotaje, un voto sin convicción, dudoso, más cansado de lo anterior que entusiasmado por lo posible. La evidencia de la economía real apuró los tiempos y desmintió las promesas equilibradoras de la tecnología de gestión. No se puede esperar el segundo semestre. La insensibilidad social del gobierno, visible en sus concepciones ideológicas, sus respuestas, sus iniciativas y su modo de gobernar, mostró la faceta que más daño puede hacerle y que hasta ahora no había tenido lugar: se tradujo en una mala lectura de las reacciones populares, una subestimación del ánimo, al que supuso plenamente doblegado, capaz de tolerarlo todo para “no volver”.

Hay un grado de afección material que los trabajadores no están dispuestos a soportar, por más encono acumulado con el gobierno anterior, por más fragmentada que estén sus dirigencias. La bases se movieron. El gobierno no supo observar que el hartazgo promocionado respecto de los modales kirchneristas no era solo un empaque transitorio que flotaba por la esfera de lo netamente político, sino que conformó una superficie sensible sobre la que impactaron los discursos motivacionales, las apelaciones emotivas, los llamados a la alegría y el resurgimiento. La efectividad de esos mensajes habla no solo de la posible confianza hacia el futuro, si no, más bien, de un momento presente de profunda desazón y desconcierto. Si el llamado es que “sí, se puede”, es que hay algo que no está siendo. Ese suelo de angustia es el que el gobierno desconoció, subestimado la capacidad de reacción de los trabajadores, los docentes y los estudiantes, creyendo en la absoluta cooptación de las dirigencias sindicales y la aceptación monótona del modelo privatista. Se olvidó de las bases, tan amigo de Venegas y Barrionuevo, tan regodeado de las conferencias en la UADE y la Austral.

Habrá que atender los rezongos y el malhumor social como datos de proyección política: hacia dónde irá todo esto, quiénes lo capitalizarán. Bajar de la demanda a la necesidad: la sensibilidad política de la experiencia orgánica, en territorio, antes que su articulación lógico-política. Pensar la hegemonía no como un momento de definición y cierre, sino como el proceso mismo de acciones y reacciones. Los espacios abiertos sin centros de vacío y unificación, múltiples, mutantes, creadores, como asiento de la opción de frente electoral. La política de los cualquieras, por fuera del tiempo electoral, que se relaciona con el otro, un par o dispar, pero no un votante. La producción popular, la presencia de la CTEP en la movilización sindical, la precarización estudiantil, el saber común como territorio y herramienta para la lucha por el sentido. El poder político como consecuencia de esas fuerzas al interior del movimiento.

Un mundo sin mayorías

La marcha del 24 de marzo activó un nuevo comienzo. Se introdujeron variaciones, actores, rítmicas, coreografías y otras interpelaciones. La emoción se fosiliza: se hace única y repetitiva. El temor por remover esa base de efectividad del terror, tuvo un primer enfrentamiento en la masiva salida a las calles. Se agrieta por dentro la emotividad fundamental planteada por el gobierno como lugar para la disputa política. Abre un punto de fuga de la valoración moral hacia una valoración sensible. Las movidas se suman, la agitación también es un continuo.

Se engendran, entonces, otros planos del trabajo. Entran a jugar las economías populares, el potencial organizativo, los modos de invención del trabajo y la construcción de nuevas redes de relación que socaven la lógica de autoexplotación con contenidos creativos-emancipatorios en la actividad productiva. Autogestión y potencia común frente al entusiasmo del proyecto de sí y la coerción por el aumento del rendimiento. Reivindicar la dignificación del trabajo sin tomar en cuentan su función como asegurador del sometimiento, plano en el que se dan los estímulos para la autorrealización, puede llevar a la confirmación de los mecanismos de vigilancia de uno mismo que se producen en ese espacio ensoñado de plena comunicación y transparencia. El modelo financiero-extractivo-exportador, parte del mundo, se extiende en esas prácticas cotidianas.   

Por eso la necesidad que se deduce común: recuperar la vocación de mayoría desde la organización de base, coordinar las acciones inmediatas, cooperar en los esfuerzos y crear espacios de interacción comunitaria. Otros modos de producir, ya no centrados en el trabajo, sino en la fuerza común y solidaria. El trabajo nunca es de uno. Esa necesidad brota de la urgencia compartida, la afección dramática en lo cotidiano. Lo sintieron las organizaciones kirchneristas, parte del peronismo y los autoconvocados, y salieron. Lo sintieron los sindicatos, y salieron. Lo sintió finalmente la universidad pública, y salieron estudiantes, docentes y no docentes. Es una desviación en el algoritmo de reacciones que el gobierno preveía y anticipaba. Ante eso, no parece tener demasiada eficacia el marketing político. Se desestabiliza la agenda, desviación en la zona de circulación de cierto tipo de mensajes, una interrupción en ese campo vigilado de plena transparencia, interactivo, donde la información se pliega y reproduce, se mantiene el equilibrio y la velocidad, se está en verdadero crecimiento.

La necesidad violenta de la desposesión provoca una reacción proporcional. Las manifestaciones son pacíficas, su potencial creador, no. Con eso especula en sus respuestas el gobierno para consolidar la transición al orden. Pero no pude controlar las emociones en la instantaneidad dura en la que se producen. Las políticas económicas impactan sobre las vidas. El gobierno intenta regularlas desde la conjura posterior, estigmatiza, noveliza demonios y catástrofes, incrementa la crisis y la conmoción, menosprecia y aísla lo que lo excede. La pasivización se frustra cuando el paso de la necesidad a la demanda se corporiza en la ocupación de las calles. Esas politicidades sensibles, vitales, sobre las que Cambiemos pretende avanzar en la modernización, se vuelven en contra del flujo que pretendía llevarlas.  

Un mundo sin calles

La presencia en las calles, la gramática de la movilización popular, colmando imágenes, asaltando la discusión desde la experiencia inmediata, siendo corte, aviso de caos y distorsión, es una interferencia inasimilable: hace notar algo por fuera de ese perímetro de discusión democrática, una amenaza que conmociona los mecanismos de neutralización disponibles. Rompe la coyuntura. Hay mucho más que el kirchnerismo desbocado intentando bloquear el camino, sindicatos burocratizados y mafiosos, o un conjunto deforme de organizaciones siempre ineficaces. La narrativa gubernamental se requiebra desde las calles. El gobierno no consigue darle entidad, recurre a la falsificación de lo ridículo. Seamos serios, discutamos lo importante, es el imperativo, el pedido decisivo. La gobernabilidad tecnológica que Cambiemos captó y procura desplegar se tilda con esos cuerpos en las calles. Algo de lo antiguo está activo en lo político, hay capas de sensibilidad en las que no caló aún la modernización. Lo que ahí se pone en juego es más amplio que el enfrentamiento en la teatralidad política. La formación de otros frentes, lo acuerdos, las nuevas organizaciones, el encuentro transitorio o programático, la creación de otros modos de acción y participación, hasta los arreglos electorales, vienen después de los afectados moviéndose.

24 de Marzo, Comodoro Py, 29A y universidad pública. Se abren a otros lenguajes, otras formas de decir y de hacer, son parte de un clima que se forma. La escena política también se conmociona. Se salen de la obviedad: tienen referencias comunes, trayectorias propias, estrategias desplegadas, pero se unifican en las calles como momento de fuerza. Revitaliza los rasgos propios de lo político, atrapado en lo evidente, y potencia el nivel político de las vidas. El fondo vital del trabajo defendido, derecho a hacer. La secuencia de marchas manifiestan otras intensidades en la superficie sobre la que Cambiemos construye su forma de gobierno. No es su trabajo el que está en disputa, no es solo despidos, aumento de precios, reducción del salario, desfinanciamiento, sino su lugar en la recomposición institucional, el sometimiento a esa jerarquía privativa de velocidad variable, autoexplotación, competencia, extracción y multiplicación de valor, sea con aceite de soja o sangre.