Trump: el horror, el horror // Pablo Bilsky,
Las flores y el poder de las flores de décadas
pasadas ya no son ni siquiera un recuerdo por estos pagos californianos. Y más
allá de los cuidados jardines y parques, un penetrante tufo rancio recorre la
sociedad estadounidense por estos días. Proviene de dos briosos torrentes. Por
un lado, los famosos ríos de tinta que surgen, e inundan el discurso social,
cada vez que se intenta explicar o poner en palabras el horror. Por otro lado,
el denso flujo de estiércol que sale de la boca y los gestos de Donald Trump.
“Si me das un dólar secuestro a Trump”, dicen los
carteles de los que piden monedas en las calles de Los Ángeles y San Francisco.
“Trump basurero”, se lee en las remeras. Pero más allá del rechazo que causa,
incluso en los republicanos, resultó nominado. Fue en una convención que tuvo
de todo: papelones, escándalos, protestas dentro y fuera, y represión. Los
periodistas más experimentados de este país no recuerdan una convención
republicana más absurda y decadente.
Trump el mentiroso, el bravucón, el violento, el
estafador, el racista, el misógino, el filo-nazi. El tipo tiene en vilo a una
parte de la sociedad estadounidense. A una porción minoritaria, es cierto, la
que se interesa por cuestiones que van más allá de lo individual: la política,
la economía, ese tipo de cosas.
Pese a lo que muchos medios de comunicación
intentan instalar, Trump no es un fenómeno ajeno a la sociedad en la que
surgió. Es apenas un síntoma. Y un detonante de lo peor de esta sociedad. Es la
emergencia de algo que ya estaba aquí, antes que Trump, y que seguirá estando
cuando el magnate no sea más que un mal recuerdo.
La irrupción bestial del millonario matón puso en
crisis la forma en que esta sociedad se auto-percibe y piensa. Produjo además
una crisis de autoestima y de identidad en un país donde funciona, y mucho, el
discurso mesiánico del pueblo elegido, con una misión que cumplir en el mundo.
Trump es la cara más brutal y sincera de esta sociedad, no bajó de un ovni. Es
la expresión más descarnada de lo que en este país se mantiene oculto, bajo la
alfombra.
Para Charles Derber y Yale Magrass, Trump es un
matón surgido de una sociedad autoritaria, militarizada, una sociedad de
prepotentes, abusadores y matones. Del abuso individual se pasa al abuso
institucional, y de allí al matonismo imperial.
“Estados Unidos es el matón más grande del
mundo”, señalan Derber y Magrass, autores del libro Bully Nation: How the
American Establishment Creates a Bullying Society (Sociedad de matones: Cómo el
establishment estadounidense creó una sociedad abusiva).
Los autores reponen el contexto social, económico
y político que muchos medios escamotean. El ejército, las corporaciones y el
estado, señalan Derber y Magrass, dieron forma a EEUU y todas estas
instituciones ejercieron la violencia, el acoso, el abuso y la prepotencia en
forma sistemática, aseguran.
Por eso Trump llegó a ser candidato a presidente.
Representa el matonismo de buena parte de la sociedad estadounidense. Se lo
admira. Se lo envidia. El odio y la violencia que exuda representan a muchos
ciudadanos de este país.
Pero el establishment no se caracteriza por su
sinceridad ni por su honestidad. Crearon el monstruo, pero ahora no pueden
controlarlo y se asustan, y fingen sentirse horrorizados. “Es impredecible”,
gritan los CEOs encerrados en lujosos baños, entre sanitarios de oro y níveas
rayas sobre el mármol pentélico.
La aparición de un personaje como Trump hace que
la basura salga a flote y se muestre, incluso con orgullo. Por eso, por estos
días, los nazis, los racistas, los misóginos, los violentos se sienten
confirmados, legitimados, envalentonados.
Muchos actos de campañas de Trump terminan a las
piñas. La grieta yanqui. Quienes osan manifestarse contra el magnate son
hostigados y agredidos, con el visto bueno y el aliento explícito del propio
Trump. “En mi época, en los buenos tiempos, los colgábamos”, dijo Trump desde
el escenario, con referencia a un manifestante afroamericano.
Y si de colgar negros se trata, “a mi juego me
llamaron” dijo el Ku Klux Klan (KKK), la organización xenófoba, homofóbica y
antisemita fundada en el siglo XIX que dio un apoyo explícito a Trump. En
realidad el KKK es una verdadera federación de organizaciones terroristas de
ultraderecha que defienden lo que en este país se conoce como “supremacía
blanca”. Forma parte de la basura que hay que esconder debajo de la alfombra.
De ahí el horror ante el surgimiento de Trump. El bravucón, el botón
aguafiestas, el fanfarrón que viene a destapar y a hacer notar las miserias.
Un grupo de periodistas judíos denunciaron
sistemáticos acosos en las coberturas de los actos de Trump. “Así es cómo el
fascismo llega a los EEUU”, señaló Jonathan Weisman en una columna de opinión
de The New York Times, aunque muchos piensan que hace rato que el fascismo
consiguió la ciudadanía yanqui, y se pasea, orondo, por estos pagos
californianos, y por el resto del país, aunque a veces no se note tanto.
Una fiebre
hermenéutica se apoderó de EEUU
El psicólogo estadounidense Dan P. Mc Adams
intentó meterse de lleno en las miasmas pantanosas de la cabeza de Trump en su
artículo “The Mind of Donald Trump” (“La mente de Donald Trump”), publicado en
The Atlantic. Para el profesional, el candidato, que además cobró notoriedad
como estrella de un “reality show”, está siempre interpretando el personaje de
Donald Trump. “Siempre actúa, se siente observado y actúa siempre ese mismo
papel”, señala Mc Adams, quien junto a otros tantos profesionales de los más diversos
campos se sumó a la fiebre hermenéutica que se extiende por todo EEUU para
tratar de explicar las características del personaje.
Acaso lo mejor del análisis de Mc Adams es que
reconoce sus limitaciones a la hora de describir su inasible objeto de estudio:
Trump es una personalidad extraña, rara, inclasificable, especialmente con
vistas a que puede ser presidente. Es extrovertido, desagradable en extremo,
pura energía. El psicólogo lo compara con un dínamo, asegura que apenas duerme
y prueba esto último reproduciendo los horarios en los que el magnate envía sus
escandalosos mensajes vía Twitter: tres de la mañana, cuatro de la mañana,
cinco de la mañana.
“Una existencia jamás molestada por el penetrante
sonido del alma”, es ya una definición tradicional, escrita por Mark Singer en
la revista New Yorker en los años 90. Por estos días se la recuerda mucho, al
igual, por ejemplo, de aquella película de 2006 “Idiocracy” (“Ideocracia”), que
muestra cómo EEUU se está convirtiendo en un país de idiotas.
Entre ciertos sectores de la prensa lo que más se
notó fue la culpa: “No lo tomamos en serio”; “No supimos ver la amenaza que
representaba”; “Le dimos espacio sin ser lo suficientemente críticos”, son
algunas de las frases que resumen un sentimiento generalizado en la prensa de
este país. Los periodistas se culpan por haber sido demasiado “objetivos” a la
hora de reproducir las mentiras y las provocaciones de Trump sin desmentirlas
ni criticarlas con suficiente fuerza.
“Trump perderá o yo me comeré esta columna”,
desafió desde el título de su artículo publicado en The Washington Post el
analista Dana Milbank, seguro de que el magnate no ganaría la nominación para
ser el candidato republicano. Cuando esto ocurrió, y luego de que –a través de
las redes sociales– los lectores le recordaron su promesa, Milbank cumplió. Y
se comió sus columnas, en papel, literalmente, y lo subió a la red.
En un video de más de tres minutos colgado en el
sitio web del Washington Post, Milbank se come hasta ocho platos distintos cocinados
con el papel de periódico en que salió impreso su artículo, cortados en
pequeños trozos y algunos de ellos pasados por agua, batidos o incluso fritos.
Lo acompañó con vino de la marca Trump.
Fuente: El Eslabón