Sudamérica Futuro // Bruno Fornillo
A
modo de inicio: condiciones de la transición
Vivimos en
un mundo en transición geopolítica y ecológica, abierto a ensayar nuevos rumbos
para evitar sus consecuencias más funestas. Esta gran mutación está pendiente
de las consecuencias entrópicas desatadas por el cambio ambiental global, atada
al límite estructural de los combustibles fósiles y signada por la reemergencia
China; tópicos centrales del escrito que aquí acercamos. En efecto, el cambio
climático; la contaminación de la tierra, la atmósfera y el agua; el acoso
sobre el entorno natural –deforestación, derretimiento de hielos, degradación
de los suelos–; el quiebre de los ecosistemas, la extinción de especies, el
agotamiento de recursos naturales estratégicos, son tan solo algunos efectos negativos
del cambio ambiental global. Sumidos en un curso de desarrollo irrefrenable, la
entropía destructora del capital, las sinergias que despierta y su tipo de
metabolismo, generan profundos peligros ecológicos que ponen en entredicho la reproducción
de la biosfera, es decir, trazan una línea suspensiva en la existencia de los
seres vivos y su entorno. Detrás de esta locomotora sin freno se encuentra la
tracción incansable de la energía fósil. Desde hace 300 años nuestra
civilización –y occidente en primer lugar– se ha sumido en un desarrollo descomunal
asentado sobre un patrón energético fósil al que le queda aproximadamente medio
siglo de vida. En el año 2013, el Consejo Mundial de Energía estimó que las
reservas totales de petróleo y gas se agotarán en 53 años a la tasa de consumo
actual, añadiendo que nada indica que va a disminuir sino lo contrario. Restan
recursos no convencionales y menos de 100 años de carbón, pero no igualan los
“beneficios” que brinda la extracción directa del “oro negro” (CME, 2013). La
savia fósil de nuestra sociedad moderna, por tanto, va mermando
permanentemente.
Sobre esta
superficie “física” emerge, imponente, la nueva Asia. Desde que la República
Popular China “se abrió al mundo” a fines de los años 70 de la mano de Deng Xiaoping
–tras cinco siglos de metódico aislacionismo–, desplegó un proceso de
crecimiento desconocido en la historia contemporánea a una tasa interrumpida
del 10% anual, para alcanzar hoy el sitial de mayor economía del planeta. El
ascenso chino inaugura un deliberado pluricentrismo global en un entorno
competitivo de escasez, de talante interimperial. La mixtura de estas derivas consignadas,
de visibilidad más o menos reciente, son las condiciones básicas que
estructuran lo que suele llamarse una “crisis civilizacional”, correlato de la
definitiva expansión global del capital; y se vinculan de un modo singular con
el tiempo, al dilatar hoy los interrogantes por venir.
Sí estas
problemáticas de escala nos resultan de especial interés es porque impactan de
una manera decisiva sobre el recorrido que traza América del Sur, y gran parte
de este trabajo procura ver los modos en cómo ellas se emplazan en nuestra
región. Los ciclos políticos no dejan de ser particularmente intensos y
variados aquí. A la larga noche neoliberal le siguió una reacción de gran
magnitud, con sociedades en movimiento protagonistas casi exclusivas del ciclo
de protestas, y sobre ella sobrevino una serie de gobiernos progresistas que
tradujeron con diferente grado de fidelidad esa ebullición política primera.
Los vientos de cambio que soplaron sobre la región han generado una serie de
políticas inclusivas, ampliado los márgenes de protección social, disminuido
los índices de pobreza, y tensaron –por momentos– la relación con grandes
grupos económicos, con organismos internacionales y fortalecieron las
instancias de integración regional. Sin embargo, en un mapa de mundialización
asimétrica, estas iniciativas han convivido con escollos para sortear el papel
dependiente y neocolonial, dinámicas económicas que no dejaban de
reprimarizarse y dificultades para alumbrar vías alternativas de desarrollo.
Ante esta realidad, que ciertamente no es idéntica en cada país, nuestra
actualidad no para de anunciar tiempos por lo demás inciertos, dado que la
restauración conservadora que se avecina no hará más que agudizar los problemas
propios del perfil subordinado de la región. Siendo así, entremedio de las
tensiones locales y globales consideramos que es preciso evocar a la
imaginación política para elaborar nuevas formas de proyectar el porvenir
regional. Más aún, se torna necesario traer a colación una serie de tópicos que
serán determinantes cualquiera fuese el escenario sobre el que se despliegue
nuestra vida en común.
La especial
atención que le prestamos a la emergencia China obedeció a una serie de causas:
nos convocaba pensar cómo este país-continente va conformando su espacio de
potencia global en franca tensión con la supremacía atlántica, y especialmente
el lugar reservado allí a Sudamérica. A diferencia de los tiempos en los que la
revolución cultural maoísta se veía a sí misma como el centro revolucionario
mundial, sobre ella bascula hoy un inusitado crecimiento sin tensiones
ideológicas mayúsculas con el resto de occidente, con quien se yergue, en todo
caso, una disputa por el poder global; problema que es analizado en el primer
capítulo. En sí, sostenemos que el eje de acumulación radicado en China se
completa y estabiliza en el vínculo que traza con Rusia y con el resto del
sudeste asiático, y que esa “arquitectura” comienza a robustecerse para
intentar sortear los riesgos de entablar una confrontación con Estados Unidos.
Abordar el tablero en el que se juega la posición que aspira ocupar China en el
concierto de las naciones permite prestar especial atención a los lazos con nuestra
región, ya que el “imperio del medio” se recuesta en el “Sur global” con el
objetivo de acrecentar su irradiación sin fronteras. Asumimos que es imposible
comprender el devenir próximo de América del Sur, y las oportunidades y
escollos que se le presentan, sin una mirada amplia sobre las tensiones
geopolíticas que surcan el Océano Pacífico, más allá de la evidente desigualdad
del vínculo sino-sudamericano. Claro está, conocemos la injerencia
norteamericana que incansablemente se derrama una y otra vez sobre nuestras
costas, pero se abre el juego a una disputa interimperial que aunque en nada
suscite escenarios más prometedores, conlleva al menos la ventaja de ser nuevo.
Sea como fuere, la irrupción asiática rediseña el campo general sobre el cual
pensar nuestros dilemas.
Entre
ellos, América del Sur no se libra de la histórica reducción a las bondades
doradas de su acervo natural, que tradicionalmente suele considerarse desgajado
de toda connotación que no se ajuste a su participación casi mecánica en el
circuito económico. Frente a esta visión persistente, aparece la necesidad de
asociar los “frutos de la tierra” a una consideración más integral que
contemple el lugar que ocupan en un nuevo contexto, puesto que son
significativos en un arco variable de dimensiones que van desde la salud
pública, pasan por el bienestar colectivo, y llegan hasta esferas de carácter
militar; y a ello se aboca el segundo capítulo. Ya no es posible concebir los
recursos naturales como lo hemos hecho hasta aquí, bien lo atestiguan las
estrategias de diverso tenor de los Estados de los países centrales con el
objeto de asegurarse el aprovisionamiento, así como la nueva forma en como los
denominan, que incide en la construcción de imaginarios y políticas respecto de
la naturaleza. A raíz de esta situación, discutimos diferentes definiciones en
juego para nombrar los recursos: renovables y no renovables, materias primas, commodities, capital natural, recursos
naturales estratégicos, críticos, multicríticos, esenciales, bienes comunes y
demás. En el nombre que se les asigna se inscriben proyectos en tensión referidos
al uso que debe dárseles para el desarrollo nacional y de América del Sur. A su
turno, por fuera de un punto de vista unidimensional e inmaculado de la
naturaleza, resultaba necesario relacionarla con patrones
político-tecnológicos, incluso ecotécnicos, como puede ilustrar el caso del
litio, puesto que los bienes naturales tendrían que articularse a un perfil de
desarrollo renovado antes que ser un mero índice del crecimiento del Producto
Bruto Interno geográfico.
Bajo
esta lógica, el tercer capítulo busca describir la situación energética de
Sudamérica, particularmente de Argentina y Brasil, a la luz de las
oportunidades de desplegar una matriz alternativa, renovable y sustentable, con
vistas a democratizar el sistema. Nos preguntamos, por tanto, hasta qué punto
los países del subcontinente asumen la posibilidad de incorporar los
lineamientos propios de una “transición energética”, es decir, el pasaje hacia
sociedades energéticamente autosostenibles. El modo como se dirime la “cuestión
energética” es central en las economías de nuestros países en una magnitud
mayor de lo que usualmente se considera, pero gran parte de los análisis sobre
la temática adolecen de un perfil técnico u economicista, desestimando los
factores políticos vinculados a la igualdad y la descentralización. En este
sentido, la dinámica energética resulta una punta de lanza privilegiada para
proyectar maneras alternativas de construir el desarrollo, además de que posee
consecuencias palpables en el tratamiento de los riesgos ecológicos. Abordar
escenarios alternativos en este terreno no implica asumir una perspectiva green friendly o propia de un wishful thinking: los países centrales
se preparan para los desafíos por venir, tejiendo una industria energética
verde de gran alcance para abastecerse a sí mismos y para exportar,
construyendo hoy su propio desarrollo endógeno y nuestra inserción subordinada
de mañana.
Sobre
estas temáticas sobrevolaba constante una serie de dilemas propios del
pensamiento geopolítico; la importancia de su trayectoria en el pasado regional
alimentó el entusiasmo por seguir las vertientes sobre las que se fue forjando.
El último capítulo brinda los resultados de esa pesquisa, soportada en una
serie de fuentes sobre la problemática que han sido prácticamente inexploradas
hasta aquí. Nuestra hipótesis es que la “disciplina” geopolítica supo adquirir
una influencia muy significativa en la orientación central de la política de
Estado en más de un país sudamericano, importancia que no ha tenido por
correlato un análisis abarcativo. A causa de ello, brindamos un panorama
general de su pujante consolidación durante la segunda posguerra mundial, sus
posteriores derivas centrales focalizando en algunos países, y repasamos sus
perspectivas actuales, dominadas por la expansión de una “geopolítica crítica”.
Si en un principio la disciplina estuvo estrechamente adosada al establishment militar, luego se ha pluralizado
en múltiples vertientes, casi todas relevantes. Además, el devenir de esta
corriente de ideas en la región es mucho más nutrido de lo que cabría esperar y
esa misma densidad llama a recrear un nueva Geopolítica del Sur, a tono con los
debates actuales.
Hemos
procurado ensayar un cuadro general de problemáticas que se reflejan en cada
capítulo (emergencia China; energía, recursos naturales estratégicos y
posdesarrollo; pensamiento geopolítico), pero evidentemente cada una de ellas
requerirá un acercamiento pormenorizado, tarea que hemos realizado para el caso
de la energía del litio[1].
En otros términos, lo aquí desplegado se asemeja a una hoja de ruta compuesta
por diversas situaciones de escala que juzgamos importantes y a las que es
preciso seguirles la huella. Aunque se muestran recortadas y no necesariamente
encadenadas entre sí, indudablemente comparten un plafón que las unifica: la
dimensión sudamericana y sus márgenes de autonomía en el nuevo mundo; la
vinculación entre naturaleza y tecnología; la necesaria articulación entre
geopolítica, ambiente y política; la reflexión acerca de las alternativas al
desarrollo; la apelación a la igualdad colectiva; la búsqueda por diagramar
estrategias a futuro. Este último punto es particularmente esquivo y su
presencia en el título merece unas palabras: nuestro escrito aborda temas
actuales pero que abren a situaciones dilatadas en el tiempo, que operan en el
corto, mediano y largo plazo, reclamando esa proyección temporal; tan solo un
ejemplo de ello es que las decisiones que se toman hoy en el terreno de la
infraestructura energética la condicionan por décadas. Pero sobre todo se
trata, independientemente de la realidad fáctica de unos diagnósticos
realizados con el mayor rigor posible, de articular “horizontes de
expectativas”, para decirlo al modo de Koselleck. Con ello nos referimos a que
cada problemática contiene una suerte de horizonte (aquella línea tras de la
cual se abre en el futuro un nuevo espacio de experiencia) solidario a ciertas
expectativas que anclan en el presente y se dirigen hacia el futuro, apuntan a
lo que se puede entrever, descubrir y esperar activamente (Koselleck, 1993:
338). Si para Kosselleck el horizonte de expectativas universal de la
modernidad es idéntico al progreso y la aceleración, hoy esa misma perspectiva
parece bordear el ocaso. Así, la motivación se alimenta de diseñar escenarios
posibles –casi siempre esquivos– pero, fundamentalmente, de afirmar que las
condiciones actuales obligan a proyectar el tipo de sociedad a edificar. Al
finalizar, en el epílogo, procuramos combinar algunas dimensiones presentadas a
la luz del contexto global, tratando de inquirir en qué medida el futuro se ha
convertido en objeto de pensamiento en diálogo con la política. Buscamos, a su
vez, proponer algunas conclusiones tentativas en relación a la necesidad de
crear alternativas al desarrollo o escenarios de transición.
Unas pocas
palabras acerca del armazón general sobre el que se soporta el escrito y
respecto del recorte geográfico. Aunque cada uno de los tópicos abordados ha
requerido adentrarse en un corpus
específico, en conjunto la investigación se asienta en fuentes secundarias,
documentos de Estado, de instituciones internacionales y estadísticas de los
más diversos organismos. Una estadía en el Instituto Iberoamericano de Berlín durante
tres meses del año 2013 facilitó gran parte del acervo bibliográfico, muy
especialmente para abordar la historicidad de la geopolítica sudamericana, reconstrucción
que hubiese sido más ardua sin acceder a ese vasto fondo documental. Por otro
lado, el hecho de recortar la figura sudamericana como objeto espacial del
trabajo –área que Brasil asume influenciar– responde a que América Central y el
Caribe han sido históricamente una zona de “frontera imperial” que guarda una
lógica propia (Bosch, 1985), y a que incluir México obligaba a prestar atención
a ese complejo y gran país así como al taxativo papel de Estados Unidos en el
norte, empresa que si bien incumbe también excede los contornos del presente trabajo.
Siendo así, nos abocamos a la isla gigante que tienen como límite en el extremo
sur a la Antártida, en el este al archipiélago Trinidad y Martín Vaz –a 1200
kilómetros del continente–, en el oeste las islas Galápagos ecuatorianas y en
el norte al archipiélago Colombiano de San Andrés, Providencia y Santa
Catalina. Más sencillamente: América del Sur, con especial énfasis en algunos
países.
Antes de
comenzar, se torna necesaria una breve apreciación de índole teórico-política.
En este último tiempo, no sólo hemos transitado una polarización aguda en el
campo político general, también al interior de las ciencias sociales críticas
entre quienes amparaban las políticas de estado neodesarrollistas de los
gobiernos progresistas frente a aquellos que sostenían que, en realidad, éstas
fomentaban el neoextractivismo y la concentración del capital; dicho en
términos muy simples. Por mi parte, inmerso en un arco político-ideológico de
geometría variable, encontraba descripciones, problemas y argumentos
sinceramente válidos en varias miradas, con desigual intensidad según el tema y
el país. Siendo así, la idea fue pensar algunos tópicos que permitiesen
vislumbrar formas diferentes de entrever algunas líneas de desarrollo o, mejor
dicho, de posdesarrollo, en un intento de situarse más allá de esta
controversia, considerando que a todos nos embarga la dificultad para trazar
las directrices concretas de un nuevo sendero. Hubiese querido, por esta vía, conjugar
bajo un denominador común tanto las narrativas críticas que asumen la necesidad
de modificar el perfil extractivista, como aquellas que entienden que es
preciso torcer la dependencia que sufrimos otorgando mayor densidad nacional a nuestra
modernización periférica. Esta posición, que amaina juicios unidireccionales sin
apelar a un cándido consensualismo, puede que no esquive la refracción, pero
ojalá contribuya a incorporar nuevos horizontes a los ya existentes. Al día de
hoy, las políticas visiblemente regresivas que se presentan en más de un país
del subcontinente, que sintomáticamente vienen a indicar que no se llegó lo
suficientemente lejos, quizás nos vuelvan a encontrar reunidos frente a un
adversario común.
[1] Hago alusión al libro Geopolítica del litio. Industria, ciencia y energía en Argentina (2015).
Consigno que los textos aquí reunidos han tenido una primera publicación
parcial en las revistas especializadas
Cuadernos de Economía Crítica (2016),
Estudios Sociales del Estado (2015),
Realidad Económica (2014) y Nueva
sociedad. (2014)